¿Sabías que...
... el Museo de la Ciudad organizó una exposición sobre la loza de Cartagena en 2003?

La muestra recogió interesantes piezas de la colección Prefasi-Zapata, y en su montaje colaboraron María Teresa Zapata y la Peña Huertana La Pava de Murcia. Entre febrero y abril de 2003, la sala de exposiciones temporales del Museo de la Ciudad se llenó de obras de tipología muy variada, de gran calidad y belleza, salidas de la famosa Fábrica La Amistad de Cartagena y conservaradas con esmero por coleccionistas particulares y, muy especialmente, por la familia Prefasi-Zapata.

 

Reproducimos a continuación el texto del catálogo editado con motivo de esta exposición, y que lleva la firma de Francisco Javier Flores Arroyuelo, profesor de Antropología de la Universidad de Murcia y Académico de la Real Academia de Alfonso X el Sabio:

 

Loza de Cartagena

El problema que conlleva todo trabajo desarrollado a través de un proceso industrial, como el que en diversos campos aparece durante el siglo XIX, es la posibilidad, más o menos pretendida a decir verdad, y hasta anhelada, de que el objeto así obtenido llegue a ser considerado una obra artistica. Una vez más, en claro desafío, enfrentados por igual, quedan la realidad y el deseo, el objeto multiplicado que aparece en las manos y la probabilidad ambiciosa que haga de él que sea algo único.

 

Hasta ese momento, durante siglos, las hábiles manos del alfarero habían dado forma al barro en el torno o lo habían vaciado sobre moldes, lo que daba las llamadas piezas crudas, para, a continuación, seguir por un largo y complejo camino en el que se recibía el baño con la que habría de ver vidriada o lo blanquearía, para seguidamente, ya como cochura y una vez quedaba al sol, puesta para recibir las pinceladas repetilivas de lo que serían dibujos y adornos más o menos expresivos en colores sobrevenidos de su paso por el infierno de horno y posterior y lento enfriamiento. Y con todo ello, al final, su existencia como utensilio doméstico sería acompañado de un ir y venir hasta que recibiese el golpe fatídico. Y en cada lugar de España, como apreciado sello distintivo, su cerámica dijo de su funcionalidad y utilidad inmediatas y también de su manera de ser dentro de una justa fama y reconocimiento, como la del Puente del Arzobispo en Talavera de la Reina, la de Sevilla, la de Teruel, la de Muel...

 

Durante el siglo XVII afloró la conquista que supuso la aplicación de tierras finas a esta artesanía y con ello se llegó a la obtención de una pasta resistente que asimismo aparecía liberada de su opacidad, para dejar paso a transparencias luminosas junto a reflejos llamativos, y hasta entre sonoridades extraordinarias, una vez que había sido obtenida sobre una delgada textura sobre esmalte blanco que jugaba con una punta de azul, y que en todo se semejaba al que los plateros aplicaban a sus joyas. De aquella porcelana, se dijo que había llegado a España desde Nápoles, y de ella, también, se propaló que había venido de unas tierras orientales y lejanas como eran las de China y Japón, por haber sido traídas por Marco Polo. Después, su nombre de 'porcelana' parece que lo dio en préstamo Francia, donde dicha palabra había sido tomada, por extensión, de la concha blanca de un molusco que en los antiguos se utilizaba como recipiente. Más de un clásico de nuestra lengua, cuando habló de la porcelana dijo de una vasija en la que se ofrecían bebidas aromáticas.

 

Y ya en los siglos XVIII y XIX, sobre una concepción de trabajo encadenado y también primoroso, igual que se había conseguido hacer con el vidrio en su paso al cristal, se pretendió llegar a obtener una producción de objetos de gran calidad en Alcora, Manises, Sargadelos, Valdemorillo (Madrid), San Juan de Aznalfarache (Sevilla)... y de modo sobresaliente en las Reales Fábricas del Buen Retiro y Moncloa, siguiendo la referencia obligada de Capodimonte en Nápoles, tal como indicó Carlos III, y en ámbitos más lejanos como la de Meissen en Sajonia.

 

Pero a lo largo del siglo XIX, la industrialización que en el campo de la cerámica se fue desarrollando en los distintos países europeos hizo que en España, muy poco después, se pasase a intentar la im plantación de este nuevo modelo de producción de bienes que tenía por objeto atender la demanda hecha por una burguesía de las grandes ciudades sobre bie nes domésticos más cuidados.

 

En 1839, en Sevilla, Carlos Pickman, bajo la dirección de expertos que fueron traídos de Inglaterra, se instaló la fábrica que llevó por nombre La Cartuja de Sevilla y que produjo loza estampada en colores según series y modelos sobre dibujos que en un principio tuvieron motivos típicamente ingleses y que pronto pasaron a ser plenamente españoles, junto a loza blanca de tipo pedernal.

 

Y poco después, con un paréntesis de tan sólo cuatro años, en 1842, dentro de la iniciativa por promover un movimiento de industrialización y modernización, aparecieron distintos intentos en este campo en diversos puntos de España, como podemos encontrar en Pasajes (Guipúzcoa) o Busturia (Vizcaya) y en el lugar del campo de nombre Borricén, a pocos kilómetros de Cartagena, donde pronto se levantó el complejo de la fábrica de La Amistad, con sus hornos de estampa inconfundible, chimeneas y naves...

 

Manuel Jorge Aragoneses, en obra puntual y rigurosa, donde destaca el catálogo de su variada producción, nos ha dejado la historia de esta aventura comercial cartagenera, lo que hace que sigamos un camino que nos lleva a considerar lo que apuntábamos en las primeras líneas de este escrito y es que todas aquellas obras que salieron de aquella fábrica, multiplicadas hasta alcanzar un número casi cósmico, si bien eran un producto netamente industrial, y por ello de gran uniformidad, también, desde el primer momento, trató de mostrarse bajo la consideración del objeto artístico, del mismo modo que lo hizo el grabado, bien sobre acero en el aguafuerte o en piedra o litografía, por poner una referencia próxima.

 

La estampación industrial en loza dura vino a posibilitar unas perspectivas que hasta ese momento habían sido sumamente difíciles hasta de imaginar, lo que conllevó una revolución en la producción al hacer realidad que pasase a hacerse en serie, pero, como digo, ello no restó ni un ápice en las pretensiones de la obtención de unos objetos excepcionales que pudieran ser considerados únicos en sí mismos, por encima de su reproducción. Y ello es lo que queremos resaltar en este escrito, pues es algo que se evidencia en el soporte de los criterios mantenidos, tanto en sus formas como en el orden cromático, ya que, junto a la idea del acabado perfecto, es fácil percibir la pretensión de que así mismo fuesen portadores de una expresividad que quedaba unida a la idea del canon de la belleza bien propio del momento histórico en que apareció y que conocemos por Romanticismo.

 

Por ello, "los motivos ornamentales que en ellos aparecen, cinegéticos, florales y de frutas, propios de la intimidad del hogar o de la vida diaria, aves, de guerra, alfombras de corales, históricos, taurinos, geométricos, chinescos... junto a orlas, grecas, cadenetas, cenefas entorchadas, viñetas centrales y periféricas, filetes radiales, bandas, anagramas... que encontramos en los más variados objetos, desde los propios de las vajillas hasta los de otros usos domésticos, aparecen una y otra vez en lo que es expresión de una manera de concebir la vida en su intimidad, y con ello, en correspondencia acordada con lo que se pretende presentar también sobre un toque arcano que hace que dichos útiles pasen a un estadio diferente donde domina un algo que, y valga la paradoja, en sí aparece dentro de una indeterminación a la vez que queda plenamente perfilado y que al final alcanza esa realidad que conocemos y admitimos por arte".

 

De ahí, como he señalado, que los distintos motivos de su decoración lo hagan dentro de las mil formas posibles en los más diversos objetos que fueron elaborados, persiguiendo como claro fin llegar a la consecución de algo que es propio en sí mismo.

 

En la exposición de la loza cartagenera que el Museo de la Ciudad de Murcia presenta, este centelleo de que hablo, que hasta puede parecer imperceptible, pero que no lo es, se nos evidencia una y otra vez, y con ello, como conjunto de piezas históricas que son, nos está diciendo de un tiempo pasado, de una sociedad que fue y que la hizo posible, de una sensibilidad que buscó manifestarse sobre nuevos caminos que les eran propios. O lo que es lo mismo, que afirmar que nos está diciendo de un mundo que fue nuestro y que, aunque desapareció, nos pertenece, y que, por ello, en parte recobramos.

 

Francisco J. Flores Arroyuelo

 

Más información sobre el catálogo de la exposición en este enlace.


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