No falta nada ni nadie: de los penitentes a los estantes que portan los pasos del escultor murciano, pasando por aquel nazareno que reparte caramelos, el niño que los toma, la banda de música y sus partituras, las autoridades y los paracaidistas que avanzan con paso firme. Todo está representado con la naturalidad y la sencillez que tiene el discurrir de la procesión verdadera. Y también con su grandeza, aunque la expuesta mida tan sólo unos cuantos centímetros.
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