Pieza destacada
Carnet de operador de cinematógrafo, 1932.

D. Francisco González Cuadrado, de 22 años de edad, natural de Murcia, cuya fotografía y firma obran al margen, ha demostrado ante el Tribunal competente, en virtud de examen sufrido el día 23 de octubre de 1932, la necesaria suficiencia en el manejo de los aparatos cinematográficos marca Gaumont, y, por tanto, queda autorizado para poder actuar como operador cinematográfico en los establecidos en los locales de carácter público, habiendo llenado todos los requisitos preceptuados en la Real Orden del Ministerio de Gobernación de 20 de febrero de 1924.

 

Murcia, 24 de octubre de 1932.

El Gobernador Civil.

 

NOTA.- Por R.O. de 20 de febrero de 1924, es indispensable este documento para poder actuar como operador.”

 

Carnet de operador de cinematógrafo, 1932.

10,5x15,5cm, doblado por la mitad. Tapas de piel e interior de papel. Incluye fotografía y firma.

 

La pieza que mostramos ha sido donada al Museo de la Ciudad por Agustín Arnaldos González, junto con una ‘tarjeta profesional de identidad’ como operador de cinematógrafo de su abuelo materno, Francisco González Cuadrado.

 

Francisco González Cuadrado, conocido como “el hermano del Padrino”, nació en 1910 en Murcia, donde pronto se dio a conocer por sus inquietudes y su curiosidad. Tenía un taller, y entre otras cosas, era inventor: ideó una bomba de extracción que empleó en grandes depósitos de aceite que luego era vendido en las tiendas de la ciudad. Además trabajaba como tornero fresador, lo que propició que fuera muy ágil en la comprensión y el manejo de diferentes tipos de máquinas. Por ese motivo, mientras prestaba el servicio militar, un amigo le ofreció trabajar como operador de cinematógrafo.

 

Tras hacer (o “sufrir”, como se expresaba en la época; ver la 9ª acepción de la RAE para este verbo) el examen correspondiente en octubre de 1932, Francisco González Cuadrado recibió el carnet número 154 que le habilitaba como operador de cinematógrafo de la marca Gaumont, y comenzó a trabajar en diversos establecimientos de Murcia, como el Cinema Iniesta. Ya jubilado, a finales de los años 80, siguió ejerciendo como operador en el Cine-Club Luchino Visconti de la Universidad de Murcia.

 

En la “tarjeta profesional de identidad” expedida en 1933 por el Jurado Mixto de Espectáculos Públicos de Madrid, ‘sección operadores de cinematógrafo’, que también acompaña a este texto (en la galería de imágenes de la derecha), podemos leer:

 

La presente tarjeta acredita hallarse incluido en el Censo profesional de operadores de cinematógrafo. Este Censo será rectificado durante el mes de agosto de cada año para tratar las altas y bajas que legalmente proceda.

 

Ningún patrono ni Empresa podrá contratar para actuar en territorio jurisdiccional de este Jurado Mixto (toda España excepto Cataluña) a los profesionales o ayudantes españoles o extranjeros que no estén inscritos en el Censo. La Empresa o patrono que infrinja este precepto, incurrirá en las sanciones reglamentarias que el durado Mixto acuerde. El número de este carné se consignará en todos los contratos de trabajo, que necesariamente han de formalizarse por escrito.

 

Todo profesional o ayudante que cambie de profesión o domicilio viene obligado a notificarlo inmediatamente a la Secretaría del Jurado Mixto (Rosalía de Castro, 25, piso 1. Madrid)”.

 

El cine: espectáculo y nuevo negocio

 

El tránsito entre los siglos XIX y XX trajo a Murcia el gran invento de los hermanos Lumière, el cine, un paso más a partir de otro gran avance, la fotografía, que había revolucionado años atrás nuestra forma de ver y de representar el mundo. Ahora se trataba de imágenes en movimiento proyectadas sobre una superficie plana, un espectáculo que causó gran impacto.

 

La primera sesión en nuestra ciudad, con seguridad, tuvo lugar en 1896, aunque se proponen tres fechas y lugares: por un lado se apunta a un local de la calle Trapería, un 19 de agosto de dicho año, en un evento que se anunció como la exhibición del “fotoanimógrafo o la fotografía con vida”; por otro lado, pudo hacerse también una primera exhibición en la Feria de Septiembre de 1896.

 

Sin embargo, al margen de exhibiciones más o menos minoritarias, la fecha oficial de esa primera proyección es la que aporta Manuel Muñoz Zielinski: el acto se produjo en el Teatro Romea el 3 de noviembre de 1896 ('Inicios del espectáculo cinematográfico en la Región Murciana'. Academia Alfonso X, Murcia, 1985).

 

El Museo de la Ciudad entrevistó Muñoz Zielinski con motivo del acto organizado para celebrar el 125º aniversario de la llegada del cine a Murcia, en noviembre de 2021. Puedes escuchar la entrevista pinchando en este enlace.

 

Con la gran acogida que tuvo el cine y con las rápidas mejoras técnicas que fue experimentando, durante el primer cuarto del siglo XX comenzó a desarrollarse un negocio fructífero a su alrededor: de los barracones de la feria de las primeras proyecciones, se pasó a salas de teatros, y pronto aparecieron los primeros empresarios del sector, como Antonio Manresa o Enrique Villar.

 

A partir de ahí, la llamada ‘industria del cine’ y todo lo que la rodeaba empezó a necesitar nuevos perfiles profesionales, personas formadas en diferentes labores para que las proyecciones se desarrollasen a la perfección y sin incidencias. De todas ellas, la más importante y la que requería de unos conocimientos técnicos más complejos fue la de operador de cinematógrafo.

 

En esos años aparecen varias marcas de máquinas de proyectar, y cualquier persona no podía ponerse al frente de ellas. Además del mantenimiento, limpieza y correcta manipulación de las cintas y del aparato, hay electricidad de por medio; era necesario saber reaccionar a imprevistos y mantenerse alerta para que el espectáculo se desarrollase con normalidad, desde que comenzaba a entrar el público en la sala hasta que la última persona la abandonaba.

 

Pronto se reguló el ejercicio de la profesión de operador de cabina, proyeccionista u operador de cinematógrafo con la Real Orden de 20 de febrero de 1924 del Ministerio de la Gobernación.

 

La nueva norma “prohibía el manejo de aparatos de proyección en locales y espacios públicos sin el preceptivo ‘Carnet de Operador de Cinematógrafo’, y establecía para ello los conocimientos técnicos necesarios para su obtención”, según explica Carlos Domínguez González en su artículo ‘El cinematógrafo en la Zalamea de los años 30’.

 

Los peligros del cinematógrafo

 

“La medida disponía a su vez la convocatoria de exámenes oficiales de aptitud que debían superar los aspirantes para la obtención del citado carnet, requisito necesario para poder ejercer el oficio de ‘proyeccionista’. Con ello, la Administración no sólo pretendía regularizar la figura del operador de cabina, sino también prevenir un riesgo frecuente en la época: los incendios en las salas de cine, accidentes que ocurrían con cierta frecuencia por el tipo de material inflamable que se utilizaba, y que incluso habían causado víctimas mortales entre los espectadores”, añade Domínguez González.

 

De un accidente de ese tipo encontramos referencia en un periódico murciano, en concreto en la primera página del Liberal del 29 de mayo de 1912, con el siguiente titular: “Castellón. Cinematógrafo ardiendo. Ochenta muertos”. La información, transmitida por telégrafo, relata la tragedia y la reproducimos al completo:

 

“Dicen de Castellón que en el pueblo de Villarreal se produjo un incendio en un cinematógrafo público. Con tal motivo, el público que asistía en gran número a la función, se precipitó para salir por la única puerta que tenía el local. Han resultado ochenta muertos y gran número de heridos. Se ha enviado auxilio”.

 

Cuadro horrible. El cuadro que ofrece la catástrofe ocurrida en Villarreal, con motivo del incendio del cinematógrafo, es horripilante. Inmensa multitud quedó enterrada entre los escombros. Una brigada de bomberos y el vecindario, trabajaron sin cesar en la extracción de cadáveres de entre los escombros. Hasta ahora han sido extraídos sesenta cadáveres y varios heridos. Al hospital han sido trasladados catorce heridos. Entre ellos hay seis gravísimos. Todos lo están por quemaduras recibidas. Se sabe que en las casas particulares existen muchos heridos”.

 

“En una farmacia han sido curadas 56 personas. El vecindario está apenadísimo. Han llegado las autoridades de Castellón, Fuerzas de Caballería, soldados del regimiento de Tetuán y los gobernadores civil y militar”.

 

El examen de cinematógrafo

 

Dieciséis años después de aquella catástrofe, el 28 de febrero de 1928, y de nuevo en las páginas de El Liberal, tenemos la oportunidad de leer una de las convocatorias al examen para la obtención de la licencia como operador de cinematógrafo o proyectista de cabina. El periódico reproduce el texto publicado en la ‘Gaceta’ (El BOE de la época) y os lo enseñamos entero, por su interés:

 

“La ‘Gaceta’ ha publicado la siguiente Real orden:

 

Primero. En el plazo de quince días, a contar desde el que se publique esta disposición en la ‘Gaceta de Madrid’, solicitarán examen de aptitud los que deseen dedicarse a la profesión de operador de cinematógrafo en los establecidos en locales de carácter público, no pudiendo ejercerla los menores de diez y ocho años, acompañando a cada instancia dos fotografías del solicitante.

 

Segundo. Las Instancias las dirigirán al director general de Seguridad en Madrid, y a los gobernadores civiles en las demás provincias, en las que harán constar, además de los nombres, apellidos, edad, naturaleza, nombre de los padres y domicilio, la clase de aparatos cuyo funcionamiento conozcan, y de los que serán examinados.

 

Tercero. El Tribunal lo compondrá un arquitecto de la Dirección general, en Madrid, y de los Gobiernos civiles en las provincias, que actuará como presidente; cuatro vocales, debiendo ser éstos dueños de cinematógrafos, de casas alquiladoras de películas, y un técnico operador y un secretario, recayendo el nombramiento en un funcionario del negociado correspondiente de Espectáculos, el que no tendrá ni voz ni voto.

 

Caso de que en la capital de provincia donde el examen se verifique no hubiese número suficiente de vocales con los requisitos señalados en el párrafo anterior, se constituirá el Tribunal con el presidente y dos vocales, siendo uno de éstos técnico operador y otro dueño de cinematógrafo o de casa alquiladora de películas.

 

Cuarto. El examen consistirá en realizar un ejercicio completo de manejo de aparatos de los modelos propuestos por el examinado, siempre que estos ofrezcan las seguridades necesarias para el publico, contestando además a las preguntas que el Tribunal dirija acerca del adecuado tratamiento de las películas y de la práctica de los aparatos cinematográficos en general.

 

Quinto. El Tribunal, en vista del resultado del ejercicio, declarará la suficiencia o insuficiencia del examinado.

 

Sexto. Por cada examen el Tribunal extenderá un acta, en la que hará constar el aparato o aparatos en que se verificó el ejercicio y la calificación que a su juicio merezca, cuyas actas serán remitidas por el Tribunal examinador a la Dirección General de Seguridad, en Madrid, y a los gobernadores civiles en provincias, para proceder, en su caso, a extender el correspondiente carnet-autorización en el que se hará constar el aparato o aparatos que maneja, adhiriéndose a la misma una fotografía de tamaño 30 por 45 milímetros, de la persona a quien aquélla se refiera, teniendo que abonar los aprobados, en calidad de derechos, para atender los que originen los carnets, la cantidad de una peseta con 50 céntimos.

 

Séptimo. El tribunal señalará día, hora y lugar en que hayan de verificarse los ejercicios, entendiéndose que estos se han de realizar en la segunda quincena del mes de marzo próximo.

 

Octavo. Por la Dirección General de Seguridad se dispondrá el modo que se ha de adoptar para los carnets, el que será remitido a los Gobiernos Civiles de provincia con objeto de que éste sea único para toda España; y,

 

Noveno. Una vez terminados los exámenes y extendidos los carnets-autorizaciones al personal declarado apto, quedará terminantemente prohibido el que maneje los aparatos cinematográficos en los locales de carácter público persona que no posea aquellos documentos”.

 

El oficio del operador de cinematógrafo

 

En ‘Los oficios cinematográficos en España (1896-1936)’, tesis doctoral de Laura López Martín (Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2015), su autora explica cómo se introdujeron en España las primeras máquinas de proyección cinematográfica y de qué forma se da comienzo a este puesto: “El inicio de las proyecciones cinematográficas en nuestro país se produjo de la mano, principalmente, de extranjeros enviados por los fabricantes de los aparatos”.

 

“La exhibición de cintas era el primer modelo de negocio que se estableció en torno a la cinematografía con los primeros constructores de aparatos, que a su vez se transformaron en distribuidores de material rodado y equipamiento en general, siguiendo la rutina establecida por algunos de estos establecimientos con el suministro de equipos de fotografía”, relata Laura López Martín.

 

“La venta de los aparatos posibilitó que este proceso se realizara también por personal autóctono que adquirió los equipos o los construyó”, explica, señalando después que la mayoría de los profesionales que se introdujeron en este oficio venían del mundo de la fotografía, o bien, como en el caso del murciano Francisco González Cuadrado, poseían conocimientos de trabajo con máquinas de taller.

 

Con la formación y la capacitación oficial, el operador de cinematógrafo o proyectista se enfrentaría después al ejercicio de la profesión, que además de la destreza técnica en el mantenimiento y manejo de las cintas y el proyector, debía sumar la de gestionar las emociones del público asistente:

 

“El operador, como responsable último del espectáculo que transcurre ante los espectadores, recibía el mismo trato que los actores teatrales y de variedades en lo que respecta a las muestras del público a la hora de mostrar su disgusto (con pateos y silbidos) o agrado (pidiendo que el operador haga un bis)”, explica Laura López Martín, que pone después varios ejemplos.

 

Destacamos uno de ellos, ocurrido en las fiestas de Málaga de 1903, cuando el público asistente a una proyección, enojado por sus deficiencias, “la emprendió a pedradas con el cinematógrafo” y tuvieron que intervenir “los guardias municipales y civiles, costándoles gran trabajo dominar el tumulto”.

 

En unos años, los operadores de cinematógrafo vieron modificado su estatus y su condición laboral, y pasaron de “ser recibidos por la realeza y premiados por su trabajo con alfileres de diamantes”, a “estar sometidos a jornadas muy extensas” y “convertirse en el blanco de las iras de los espectadores”. El pateo o pataleo estaba a la orden del día.

 

Según Laura López Martín, el público ignoraba “los mil motivos” que originaban “las inevitables paradas” que tanto les desesperaba, “hasta el extremo de patear, vociferar como energúmenos y pedir la cabeza del operador”.

 

“Los motivos del descontento fueron variados y persistentes a lo largo de los años, y solían estar referidos a las paradas durante la exhibición, por los desperfectos o averías de los aparatos durante el momento de la proyección (porque los aparatos estaban sometidos la mayoría de las veces a un rendimiento de trabajo casi imposible de realizar), por problemas con la fuente de iluminación (por ejemplo, la rotura del carbón del arco voltaico) o por roturas de la película que el operador debía arreglar en el momento”.

 

En su trabajo de investigación, López Martín también se refiere a la peligrosidad técnica del oficio: “El operador era el responsable directo del espectáculo, lo que, en estos años, implicaba numerosas tareas y la responsabilidad en caso de que surgiesen problemas en las salas, motivados tanto por el material como por el procedimiento de trabajo”.

 

El peor de dichos problemas eran los incendios, como ya hemos contado, que “generaron una preocupación importante que quedó recogida en numerosas disposiciones, como los reglamentos de espectáculos públicos con un éxito relativo”.

 

“El origen de los incendios se relacionada con varias cuestiones: la composición química de la propia película, fabricada con celuloide, material muy inflamable y capaz de detonar, que se hacía desfilar delante del carbón incandescente del proyector cuyo rayo, además, estaba concentrado por una lente convergente. Si la proyección se detenía, la película se podía calentar y comenzar a arder”.

 

“Algunos proyectores incluían un depósito de vidrio con agua entre la lámpara y la película para tratar de disminuir el calor generado, y un cristal de vidrio esmerilado para interponerlo, igualmente, en caso de que se detuviera la proyección. Finalmente, los locales no eran espacios adecuados: carecían de salidas de emergencia y muchas veces eran de madera”. En todo ello encontramos los motivos de un desastre como el sucedido en Villarreal en 1912, con ochenta fallecidos.

 

Por último, dentro de las tareas del operador de cinematógrafo se incluía que, “tras la exhibición, debía recoger la película, rebobinar los carretes y prepararlos para la siguiente sesión”, para lo cual, según Laura López Martín, no era excepcional “la presencia de un ayudante” que llevase a cabo “tareas menores como la recogida de las películas, y ocasionalmente, para ocuparse de la exhibición en caso de que se ausentara el operador”.

 

La poética del oficio

 

En su tesis, López Martín cita a Musser para referirse a que una de las tareas del operador, la de cortar y unir cintas, había dado lugar a que estos profesionales creasen una “primitiva narrativa”. Y una narrativa muy especial es, precisamente, la que compone de manera laboriosa y amorosa, durante muchos años, uno de los personajes principales de Cinema Paradiso, filme italiano de 1988 cuyos protagonistas son un viejo operador de cinematógrafo y un niño que se convierte en su ayudante.

 

El operador de ‘Cinema Paradiso’, entregado a la tarea de hacer un pase previo de los filmes al sacerdote de la localidad para que éste censurase lo que entendía como reprobable, va cortando trozos y trozos de metraje y acumulando besos en ellos, uno tras otro; los besos, apasionados o tiernos, largos o breves que se dan las actrices y los actores en multitud de películas, y que el cura quiere impedir que lleguen al público. Incapaz de permitir que todas esas escenas de amor desaparezcan, el operador de cinematógrafo las conserva, las esconde y las une en una larga secuencia final repleta de besos.

 

En Cinema Paradiso se hace un retrato del cine, de su significación como evento social y cultural durante el siglo XX, de su función como momento para desconectar y evadirse de la realidad, así como del trabajo del operador de cinematógrafo sin obviar sus dificultades, ya comentadas: las protestas del público y los incendios.

 

En un caso diferente, pero real, de un operador de cinematógrafo que entendió que su responsabilidad también era la de conservar películas y cintas y evitar que se perdieran, encontramos el gérmen de la Filmoteca Vasca. Según se relata en el artículo ‘El sueño del proyectista’ (publicado en El Diario Vasco del 11 de mayo de 2008), el operador Peio Aldazábal comenzó a reparar y a guardar todas las películas que llegaban a sus manos, evitando su desaparición porque se destruyeran o porque acabasen en manos de particulares. De ese modo, y para poner ese patrimonio en manos de toda la sociedad, finalmente cofundó la Filmoteca Vasca en 1978. 

 

De ese modo, a pesar de las dificultades, las personas entregadas a dicha profesión demostraron su amor por el cine y contribuyeron a hacer de este arte lo que es en la actualidad.

 

 

Fuentes:

 

El cinematógrafo en la Zalamea de los años 30, Carlos Domínguez González. Revista de Feria 2013, Zalamea la Real. Página 40.

 

El Liberal de Murcia, 29 de mayo de 1912. Página 1. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Liberal de Murcia, 28 de febrero de 1924. Página 2. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

Archivo Histórico Provincial de Cádiz, página de Facebook. Publicación con la fotografía de una instancia para ‘sufrir’ el examen de operador de cinematógrafo, fechada en 1932.

 

Jesús Muñoz Castiblanque, operador de cinematógrafo, y las películas de entonces (Campo de Criptana, 1930-1932). Criptana en el tiempo. Momentos de la historia. José Manuel Cañas Reíllo.

 

El sueño del proyeccionista’. El Diario Vasco, 11 de mayo de 2008.

 

Los oficios cinematográficos en España (1896-1936)’. Tesis doctoral de Laura López Martín. Páginas 174-187. Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2015.

 

Besos, Juan Zumalde. ABC, 14 de febrero de 2008.

 

'La exhibición cinematográfica en la Región de Murcia (1896-1996)', Juan Francisco Cerón Gómez. Revista Imafronte, número 11. Páginas 64-85. Murcia, 1996.


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