¿Sabías que…
...el pintor Enrique Atalaya representó una jornada de vacunación en la huerta de Murcia a finales del siglo XIX?

Dado que este artista estuvo activo en Murcia hasta 1881, fecha en la que se marchó a vivir a París, el asunto tratado en ‘El médico rural. La vacuna’ podría corresponder a las campañas de vacunación contra la viruela que tuvieron lugar en Murcia en el último cuarto del siglo XIX.

 

Esta obra de Enrique Atalaya, un óleo sobre tabla perteneciente a una colección particular, se incluye en Miradas sobre la Huerta, publicación editada en 2009 por el Museo de la Ciudad que recoge pinturas de numerosos artistas en torno a la huerta de Murcia, y que vio la luz tras una serie de seis exposiciones temporales en las que se agrupó a dichos artistas según su época. Entre 2005 y 2009, decenas de obras de diferentes estilos mostraron las mil y una formas de representar el entorno único de la huerta murciana.

 

‘El médico rural. La vacuna’

 

Enrique Atalaya (Murcia, 1851 – París, 1913) representa a un grupo de huertanos y huertanas frente a una capilla, esperando su turno para recibir la vacuna por parte del médico rural que aparece de espaldas. El personaje que está recibiendo el pinchazo, con el cuerpo de perfil y la cabeza girada, se ha subido la manga izquierda de su camisa hasta el hombro y mira con naturalidad al médico. Junto a ellos, un ayudante agachado prepara el próximo suero en un maletín abierto y colocado sobre una silla, y detrás de él, un eclesiástico con un gran sombrero de teja o de canoa observa la escena. Sobre la puerta de la capilla hay una hornacina con una imagen de la Virgen y la inscripción ‘Ave María Purísima’.

 

En primer término vemos un pozo y unos animales comiendo; al fondo, más animales, carros y algún caballo, varios personajes dedicados a sus labores agrícolas, y detrás, a la derecha, el horizonte abierto con unas barracas lejanas entre palmeras y un fragmento del cielo. A pesar de ser un óleo y de situarse al aire libre, el autor no se prodiga en colores y maneja una paleta reducida a blancos, negros, verdes oscuros y ocres.

 

Enrique Atalaya plasma de manera brillante, sencilla y natural, la llegada de la ciencia a un entorno rural donde el pueblo, los trabajadores y trabajadoras de la huerta, que carecen de formación, confían en el avance médico que supone la vacuna. Lo hacen junto al cura y bajo una imagen de la Virgen, que parecen bendecir con su presencia lo que está sucediendo y refuerzan los contrastes de la escena: el médico y su ayudante parecen pertenecer a un mundo distinto y ajeno a lo que les rodea, y no sólo por su indumentaria. Todos los personajes enseñan sus rostros de frente o de perfil, pero las dos únicas caras que no vemos son precisamente las de la pareja de sanitarios.

 

La viruela y más

 

En la centuria del 800, la viruela atacaba de forma cíclica a la población y causaba no pocos problemas. Sin embargo, no era la única enfermedad que amenazaba la salud pública en aquellos años. En una investigación de José Miguel Martínez Carrión y Ángela Hernández Moreno, bajo el título ‘Cambio agrario y organización familiar en la huerta de Murcia desde mediados del siglo XIX’, encontramos información sobre dichas enfermedades dentro de un curioso contexto: el del aumento de los matrimonios en segundas nupcias entre cónyuges viudos en el periodo 1860-1889. Los autores de este trabajo explican este hecho por el aumento del tifus, el cólera y las enfermedades epidémico-infecciosas, que elevaron la mortalidad y produjeron que el número de personas viudas creciera.

 

A la aparición de algunas de esas enfermedades contribuían también los efectos de catástrofes naturales como las riadas, una de las cuales, la de Santa Teresa, ocurrida en octubre de 1879, quitó la vida a más de 700 personas sólo en Murcia, además de matar un número superior a 22.000 animales. Y eso sólo por el impacto directo de la inundación. En los días y semanas siguientes, las aguas estancadas y contaminadas facilitaron la proliferación de otras dolencias graves, por no hablar de la carestía de productos básicos y el empeoramiento de la nutrición.

 

El paludismo, por ejemplo, era endémico en algunos sectores de la huerta de Murcia y su radio de acción fue muy amplio durante el siglo XIX, según recogió Madoz en la década de los 40 de dicha centuria, y más tarde diversos higienistas hasta los 80. La incidencia de esta enfermedad se dejó sentir en la talla de los murcianos y murcianas, por ejemplo, que eran más bajos en los lugares con mayores índices de paludismo. Lo explica el propio José Miguel Martínez Carrión en su trabajo ‘La estatura humana como un indicador del bienestar económico: un test local en la España del siglo XIX’:

 

“La causa de la naturaleza endémica del paludismo y de su elevada intensidad residía en el mayor grado de humedad existente en el medio por la proliferación de aguas muertas o azarbes, la depresión del terreno y la presencia de arcillas que impedían que las aguas atravesasen el subsuelo”, aclara Martínez Carrión.

 

¿Y el cólera? En agosto de 1885, el Diario de Murcia reproducía el siguiente texto de otra publicación, la ‘Gaceta Minera’: "Continuamos invadidos por las dos epidemias: cólera y hambre. La segunda, como elemento poderoso para los fines de la primera. Anteayer domingo tuvimos 87 invasiones y 30 defunciones en Cartagena".

 

Ese mismo año de 1885, el médico y bacteriólogo catalán Jaime Ferrán y Clúa desarrolló la vacuna contra el cólera, que habría de inocularse también en Murcia. Así lo explican en la web ‘History of vaccines’:

 

“Su vacuna fue la primera en inmunizar a los humanos contra una enfermedad bacteriana. Ferrán había trabajado en vacunas veterinarias en España después de haber leído las publicaciones de Pasteur sobre la atenuación de microbios. Creó la vacuna contra el cólera cultivando bacterias tomadas del desecho de una persona enferma de cólera, y haciendo crecer la bacteria en un cultivo de nutrientes a temperatura ambiente. Posteriormente, ese material se aplicó a algunas personas por medio de una a tres inyecciones en el brazo. Muy pronto, Ferrán solicitó acudir a Valencia, donde vacunó aproximadamente a 50.000 personas durante una epidemia de cólera”.

 

Tal fue su fama, que se le incluyó en coplillas. Aquí un fragmento publicado en la prensa murciana en 1885:

 

“Aunque le ocurra enseguida,

como premio de su afán

que se coman la partida

y goce la misma vida

de la vacuna Ferrán”.

 

El mismo doctor Ferrán también desarrolló posteriormente sueros contra el tifus, la tuberculosis, el tétanos y la rabia.

 

Beneficios de la vacunación, peligros de la no vacunación

 

Aunque las autoridades mostrasen su optimista visión de la salud pública a mediados del siglo XIX, lo cierto es que no eran pocas las amenazas que se cernían sobre ella en un momento en el que las epidemias podían ser letales, y en el que las condiciones de vida de muchas personas aumentaban los riesgos para la población en general y, muy especialmente, de aquellos que carecían de recursos. Así, en la prensa podíamos leer cosas como la nota que publicó La Paz de Murcia un 21 de marzo de 1858, y que decía así:

 

“La salud pública en España sigue siendo inmejorable; pero como quiera que en algunas provincias se ha presentado la viruela, enfermedad propia de la estación, por el ministerio de Gobernación se ha enviado a las provincias cuanta vacuna había disponible para que se promueva la inoculación como preservativo”.

 

En la década de los 80 del siglo XIX, los periódicos dan cuenta diaria de estas iniciativas para prevenir la enfermedad e incluyen constantemente anuncios sobre la vacunación masiva que se estaba llevando a cabo. En la ciudad de Murcia, en la Plaza de Santo Domingo, se inoculaba la “linfa de vaca” extraída de la ternera todos los días entre las tres y las cuatro de la tarde. Además, se hacía con la vaca presente:

 

“VACUNA.—Esta tarde de 3 a 4, se vacunará directamente de la ternera en el Instituto de Vacunación, Merced, 23”. Así lo publicaba el Diario de Murcia el 29 de octubre de 1886, pero era costumbre que todos los días se anunciase la vacunación y en la hemeroteca hay decenas de ejemplos.

 

Las referencias a la vaca en sí llegaron a ser un reclamo publicitario para algunos fabricantes del suero contra la viruela: por ejemplo, un anuncio del “acreditado Instituto Suizo de Vacuna de Ginebra”, publicado el 24 de marzo de 1887 en el Diario de Murcia, proclamaba que su vacuna había sido “extraída de las mejores terneras alimentadas con la abundante y excelente vegetación que tanto nombre ha dado a la hermosa y poética Suiza”. Mucho más tarde se usaría el mismo argumento para vender las bondades del chocolate con leche de aquel país.

 

El Instituto de Vacunación con Linfa de Vaca de la calle de la Merced, número 23, además de vacunar en su sede todas las tardes, enviaba vacunas a la huerta, uno de cuyos envíos debió ser el representado por Enrique Atalaya en su obra: “Se ha suministrado gratuitamente por dicho Instituto la vacuna solicitada por treinta distritos rurales de esta población”, decía una nota del Diario de Murcia del 14 de octubre de 1886, donde además se daba cuenta de las cifras de vacunación “a los niños pobres”: “La parroquia de la que más niños se vacunaron fue la de San Antolín, y la que menos, el Carmen”.

 

Para convencer a la población adulta a vacunarse contra la viruela, y a vacunar también a sus hijas e hijos, incluso se editaban folletos. Así lo muestra una nota publicada en el Diario de Murcia el 1 de abril de 1887: “Hemos recibido el folleto-anuncio del Instituto de Vacunación de esta ciudad, que contiene interesantes noticias y consejos a las madres sobre el mejor tiempo de hacer la vacunación de los niños, como único preservativo de las viruelas”. Cuestión aparte es señalar que se apela sólo a las madres para vacunar a los menores, no a los padres, pues las mujeres eran las responsables del cuidado de sus hijos e hijas.

 

Los riesgos de la viruela en los menores eran, en el caso extremo, la muerte, pero para convencer a los progenitores de la vacunación a niñas y niños también se usó como argumento otro de sus efectos: las cicatrices y marcas que dejaba esta dolencia en la piel de quienes la superaban. Sin desperdicio, se ofrece dicho argumento en este texto que reproducimos entero, y que se publicó el 27 de abril de 1884:

 

“Se han dado muchos casos de viruela, de esa terrible enfermedad que parece inventada por el demonio para afear la belleza de la obra de Dios. Hay en esto un abandono incomprensible. Contra la viruela, hay un remedio infalible, la vacuna; y sin embargo, no se acude a ella como se debiera. Tienen las madres a sus hijos hechos un capullo de rosa; saben que aquella hermosura puede quedar fácilmente borrada; que aquellas mejillas pueden ser agujereadas por la lava perniciosa que como de un volcán serpentea por el cuerpo hasta que busca mil salidas; y, sin embargo, aunque con una gota de linfa podían refrenar aquella inundación de virus, no acuden a ella”.

 

“Ahí está ese Instituto de Vacunación de Santo Domingo, donde cada jueves se compran del mercado las mejores terneras, para hacer de ellas fuentes abundantes de la verdadera agua que conserva la belleza; ahí está esperando a las madres que no llevan a sus hijos. Pero no todos son tan descuidados. No hace muchos días vimos entrar a una hermosa ternera inoculada, procedente del dicho Instituto de Vacunación, en la casa de nuestro amigo D. Enrique Pagán. Tiene éste una niña, a quien tiene que querer por doble motivo: porque es su hija y porque es un pedazo, el único que le queda vivo, de las entrañas de aquella compañera suya cariñosa, que pereció al dar a luz a la niña. Pues para vacunar a esta criatura es para lo que fue llevada allí la ternera, pasando caliente la milagrosa linfa de las pústulas del animal a los redondos bracitos del ángel. No es necesario que esta operación se haga de este modo para que produzca sus saludables efectos, pero citamos el hecho para que se compare el celo extremado de unos con el abandono extremadísimo de otros”.

 

La vacuna libra de la muerte por la viruela a casi todos, y de quedar feos, o afeados, a muchos. Una buena cara, es una buena cosa, digan lo que quieran. Selgas ha dicho: «La cara es una cosa donde tenemos puestos los ojos»”.

 

Belleza aparte, la muerte seguía siendo el peor de los efectos de esta enfermedad. El 3 de octubre de 1882 se leía en la prensa lo siguiente: “En la parroquia de San Antolín ha habido alguna viruela, menos que otros los años; pero se ha dado el caso de haber sido invadida una casa y haberlas sufrido cinco niños, el mayor de diez años, falleciendo dos no vacunados”.

 

El 20 de diciembre del mismo año, el Diario de Murcia publicaba esta nota: “Vistos los estados de los enfermos que han visitado los médicos municipales, y la indicación de uno de ellos, llamando la atención sobre el excesivo número de variolosos que ha habido en la parroquia de San Lorenzo, teniendo en cuenta que la mayor parte de los atacados no estaban vacunados, por moción del Sr. Soler se indicó la conveniencia de distribuir linfa vacuna por parroquias, acordándose por último reunir a la competente junta local de sanidad, para que tome las mejores disposiciones”.

 

Para alentar la vacunación en general, pero entre la gente “pobre” en particular, se publicaban notas en la prensa como la del Diario de Murcia del 27 de marzo de 1886: “Como quiera que en el Instituto de Vacunación no se han presentado hasta ahora más que niños de las parroquias de San Antolín y San Nicolás, y ninguno de la de San Andrés, llamamos la atención de estos, así como de los que pudieran quedar de aquellas, para que lo verifiquen en los días que restan del corriente mes, plazo señalado por la alcaldía en la distribución hecha para la vacunación de los pobres”.

 

La irrefutable lógica de los números

 

Leemos en el Diario de Murcia del 13 de abril de 1883: “Tenemos mucho gusto en reproducir algunos párrafos del prospecto, en que los Señores Llosa y Martínez López presentan a sus compañeros y al público en general, el Centro de Vacunación que han establecido en esta ciudad. Dicen así: Demostrado por la irrefutable lógica de los números que la vacunación es el único preservativo de la viruela, inútil nos parece hacer elogios de esta sencilla e inofensiva operación; tanto más, cuanto que su bondad y necesidad están en el ánimo de la inmensa mayoría de las gentes, y algunos Estados registran en sus Códigos leyes que la hacen obligatoria, o cuando menos, la recomiendan como altamente humanitaria”.

 

Y sigue: “Pero si la virtud profiláctica de la vacuna es una verdad demostrada por la observación, no faltan sociedades doctas ni hombres eminentes en la ciencia que la proscriban, fundados en la posible trasmisión de algún virus o germen morbífico cuando esta operación se practica de brazo a brazo, que no por estar latente o adormecido en el que lo da, será menos perjudicial para el que lo recibe. (…)”

 

“Para impedir este grave peligro, creáronse los Institutos de Vacunación con linfa de vaca que, unos sostenidos o subvencionados por los Gobiernos, y otros a expensas de sociedades científicas o de profesores en el arte de curar, cultivan el virus profiláctico de la viruela perfectamente, por no padecer el animal de donde se extrae enfermedad alguna capaz de trasmitirse al hombre por medio de la inoculación”. El texto terminaba recordando las horas de vacunación masiva y las edades de las niñas y niños a vacunar.

 

Para acabar este repaso a las enfermedades que amenazaban a Murcia en los años en los que Enrique Atalaya pintó su cuadro sobre la vacunación en la huerta, y sobre cómo se trataba de concienciar a la población de la necesidad de vacunar, reproducimos algunos fragmentos de un texto publicado el 12 de noviembre de 1887 en la prensa murciana, y que alude a las conclusiones del trabajo de Somma, de Nápoles, sobre la vacuna de la viruela (el texto se publicó también en las revistas científicas ‘El Siglo Médico’ y ‘Genio Médico Quirúrgico’):

 

“Es innegable la potencia preservadora de la vacuna contra la viruela. Comunica sin duda al organismo una inmunidad bastante probable contra el contagio varioloso. Su práctica está fundada en argumentos científicos y en hechos indiscutibles”.

 

“La vacunación y revacunación obligatorias son una garantía mayor para evitar las epidemias variolosas y ahorrar un número extraordinario de víctimas de la ignorancia y la preocupación. Desechad, pues, toda suerte de preocupaciones y supersticiones, vacunad y revacunad a vuestros hijos, y no cometáis un delito de lesa humanidad, como ha dicho muy bien Musatti. La experiencia, que es la gran maestra de la vida, os obliga a ello”.

 

Fuentes

 

Un murciano genial en París, Pedro Soler. La Verdad, 17 de junio de 2016.

 

‘Cambio agrario y organización familiar en la huerta de Murcia desde mediados del siglo XIX’, José Miguel Martínez Carrión y Ángela Hernández Moreno. Página 19. Dialnet (documento PDF bajo estas líneas).

 

‘La estatura humana como un indicador del bienestar económico: un test local en la España del siglo XIX’, José Miguel Martínez Carrión. Página 15. Dialnet (documento PDF bajo estas líneas). 

 

La Paz de Murcia, 21 de marzo de 1858. Página 2. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 1 de abril de 1887. Página 2. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 29 de octubre de 1886. Página 3. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 24 de marzo de 1887. Página 4. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 14 de octubre de 1886. Página 3. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 27 de marzo de 1886. Página 3. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 27 de abril de 1884. Página 1. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 3 de octubre de 1882. Página 2. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 3 de octubre de 1882. Página 2. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 7 de agosto de 1885. Página 1. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 18 de septiembre de 1885. Página 2. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

History of vaccines. Jaime Ferrán y Clúa.

 

El Diario de Murcia, 13 de abril de 1883. Página 1. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.

 

El Diario de Murcia, 12 de noviembre de 1887. Página 2. Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia.


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