Pieza destacada
Alegoría de la República, de Pascual de Ayala y Galán

Alegoría de la República (1932)

Óleo sobre lienzo

260 x 148 cm.

Pascual de Ayala y Galán (1902-1952)

 

La Alegoría de la República (1932), obra del pintor murciano Pascual de Ayala y Galán (1902-1952), que hasta finales del verano de 2022 se conservaba en instalaciones municipales no visitables, ha pasado a formar parte de la colección permanente del Museo de la Ciudad y se exhibe en su segunda planta, cubriendo con su presencia dos importantes aspectos de la historia y del patrimonio de Murcia.

 

Por un lado, miramos al periodo histórico de la II República; y por otro, sumamos un nuevo ejemplo de pintura murciana del primer tercio del siglo XX, de la cual el museo cuenta con algunas obras de autores contemporáneos.

 

Para la colocación del lienzo, de grandes dimensiones, hubo que modificar y reestructurar el espacio de nuestras salas, lo que fue posible gracias al mecenazgo cultural de varios empresarios murcianos a quienes el Museo de la Ciudad reconoce públicamente su colaboración: Salzillo S.L, José Luis Montero y Alfonso Urrea.

 

Al mismo tiempo, añadimos rótulos con nuevas fechas a la cronología del museo y cartelas alusivas al contexto de los años 30 en el municipio de Murcia, corrigiendo una anomalía que se hacía necesario resolver y que no había pasado inadvertida para quienes nos visitan.

 

El museo, al principio

 

El Museo de la Ciudad, inaugurado en mayo de 1999 con un discurso museológico que, por entonces, estaba apoyado principalmente en reproducciones, maquetas y escenografías, viene trazando desde entonces la historia local y refiriendo el patrimonio del municipo de Murcia en sentido cronológico, atendiendo a sus más variadas manifestaciones.

 

En aquel momento, los contenidos del museo tuvieron que adecuarse a las piezas y elementos de la colección original, y viceversa, no pudiendo evitar ciertas carencias respecto de periodos, hechos y personajes históricos concretos dentro de su amplísimo margen temporal, que abarca desde la Antiguedad (pero con más énfasis desde el año 825) hasta 1999.

 

Sin embargo, con el tiempo, gracias a donaciones y adquisiciones por un lado, y al traslado y reubicación de obras pertenecientes a la colección artística municipal por otro, el Museo de la Ciudad ha ido enriqueciendo la colección permanente con piezas relevantes desde el punto de vista estético y patrimonial, reflejando también, y de manera cada vez más precisa, los avatares históricos del municipio.

 

Es el caso de la Alegoría de la República, que el Museo de la Ciudad ha sacado de los almacenes municipales y expuesto a la vista de la ciudadanía: cumplimos al fin con dos periodos históricos no representados hasta ahora en nuestras salas, la II República (1931-1939) y la Guerra Civil (1936-1939), y damos visibilidad a un pintor murciano poco conocido en su tierra, Pascual de Ayala y Galán, que murió joven y lejos de Murcia pero que produjo obras de gran calidad.

 

Alegoría de la República

 

En mayo de 1932, con 30 años de edad, Pascual de Ayala y Galán donó al Ayuntamiento de Murcia la obra Alegoría de la República para decorar el Salón de Plenos. El periódico Levante Agrario del 28 de mayo de aquel año, describió el cuadro así:

 

Aparece una matrona representando la República española. Sostiene en su mano derecha la antorcha de la Libertad que levanta con gallardía por encima de su cabeza, mientras la izquierda se apoya en la espada de la ley.

 

La cabeza erguida y un poco echada hacia atrás modula una ligerísima sonrisa juvenil, y los ojos pensativos, bajo la frente serena, tienen la mirada fija en un lejano horizonte.

 

El suave viento de abril empuja la túnica blanca sobre el cuerpo elegante, agita los cabellos y hace volar el manto rojo que en sus revueltos pliegues descubre los colores de la bandera de la República.

 

A la derecha, el tradicional león ibérico sostiene con una zarpa el libro de las libertades patrias, mientras avanza la otra zarpa en actitud de fiera defensa.

 

Este grupo se destaca sobre un fondo luminoso que enmarcan las dos columnas del ‘Plus Ultra’, que sustentan cada una respectivamente el simbólico roble y laurel.

 

Por su parte, ese mismo día de mayo de 1932, el diario El Tiempo afirmaba que el roble, el laurel y el ‘Plus Ultra’ eran símbolos “del genio y de la raza” española. Lo hacía en la crónica de la sesión del Pleno del Ayuntamiento, en referencia a la donación por parte de Ayala Galán, “joven y notable artista”.

 

Tres concejales pidieron que se recompensara al artista por su noble acción, algo que, en efecto, hizo finalmente el Ayuntamiento de Murcia: en agradecimiento, abonó al pintor murciano la cantidad de dos mil quinientas pesetas.

 

La gratificación no estuvo exenta de polémica; en las semanas siguientes, el satírico Don Crispín aprovechó para ironizar: “ya saben el camino los sobrinos de los concejales”. El comentario nos sirve para adelantar una nota biográfica del artista, y es que el pintor era sobrino de Pascual de Ayala Ros, concejal del Ayuntamiento de Murcia.

 

La misma publicación afirmó: “Los pintores republicanos de Murcia están que echan las muelas de rabia, de saber que el Ayuntamiento le ha regalado a Ayala Galán 2.500 pesetas por su cuadro. ¡Algo tendrá el agua cuando la bendicen!”.

 

Sabemos que la modelo que inspiró esta alegoría es María Moya Redondo, mujer del pintor, quien también posó para él en otras representaciones.

 

Con el objetivo de profundizar en el conocimiento de la vida y obra de Pascual de Ayala y Galán, además de consultar las pocas fuentes disponibles, tuvimos ocasión de hablar con Walter Ziegler de Ayala, arquitecto afincado en Cataluña y nieto del pintor, y con María Fernanda de Ayala Parets, madrileña, historiadora del arte y profesora, nieta del hermano del pintor, que ha rastreado información y trazado la vida de Pascual de Ayala y Galán, en parte gracias a los recuerdos y vivencias transmitidas por su abuelo José Ángel de Ayala y Galán. A ambos agradecemos su colaboración y su tiempo.

 

Pascual de Ayala y Galán

 

La información sobre este artista en su Murcia natal es escasa, al contrario de lo que sucede con otros pintores y escultores de la fecunda y renovadora generación murciana de Planes, Garay, Joaquín, Pedro Flores o Ramón Gaya, de los que sí existe abundante bibliografía.

 

Pascual de Ayala y Galán nació el 24 de marzo de 1902 en Murcia, en el seno de una familia acomodada y con inquietudes culturales: era hijo de Margarita Galán Albarracín, de familia vinculada con la artesanía alfarera y belenista, y del pintor y restaurador José Ángel de Ayala Ros, del que hablaremos más adelante. Margarita y José Ángel se habían casado el 16 de noviembre de 1899 en San Antolín.

 

Asímismo, era nieto de Gerónimo Ros Jiménez, arquitecto municipal de Murcia a mediados del siglo XIX, académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y uno de los impulsores de la Universidad Libre de Murcia.

 

Como hemos dicho anteriormente, también era sobrino del escritor, político y concejal republicano del Ayuntamiento de Murcia Pascual de Ayala Ros, que además era miembro de la masonería, como el padre del artista, José Ángel de Ayala Ros. Y para completar el cuadro de esta singular familia, Ayala y Galán era primo de otro ilustre: José Crespo Férez, el “Valentino murciano”, actor que llegó a asentarse y trabajar en Hollywood. Como anécdota hay que señalar que Pascual tenía una altura excepcional para la época: medía más de 1’90.

 

En 1908, a la edad de seis años, Pascual de Ayala y Galán se trasladó con su familia a Madrid, donde su padre fue llamado a trabajar como ayudante de restauración del Museo del Prado. No cortó sin embargo su relación con Murcia, a la que volvió a pasar temporadas más o menos largas con sus familiares murcianos.

 

Sin duda, la actividad profesional del padre influyó en la elección de su carrera como artista y en su primera formación: José Ángel de Ayala Ros trabajó en el Museo del Prado hasta su muerte en 1938, y su nombre está detrás de importantes labores de restauración artística en Murcia, como la de la Virgen de la Leche de Bernabé de Módena, conservada en la Catedral de Murcia, la del liezo de San Jerónimo de Ribera, en el MUBAM (ayudando también a su atribución como obra del maestro setabense), la del retrato de Floridablanca, de Folch, y la de La peste de Vicente López, ambos cuadros de la colección municipal, entre otras.

 

Además, el padre de Ayala y Galán dedicó parte de su actividad a escribir un libro sobre Salzillo que no llegó a ver la luz.

 

En ese contexto tan artístico, intelectual y político, Pascual de Ayala y Galán comenzó a pintar siendo muy joven y completó su formación en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, en la que fue admitido en 1916. De ese feliz hecho tenemos la primera de las menciones que le dedicó la prensa murciana:

 

El Liberal, 2 de octubre de 1916: Futuro artista. Ha sido aprobado en los ejercicios para el ingreso en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando el joven Pascual de Ayala y Galán, aprovechadísimo hijo de nuestro querido amigo el notable pintor y publicista don José Ángel. A ambos enviamos nuestra más sincera enhorabuena.

 

Tres años después, en El Liberal del 5 de junio de 1919, lo vemos de nuevo en los periódicos murcianos, esta vez sin escatimar espacio ni adjetivos. Reproducimos buena parte del texto, firmado por Dionisio Sierra:

 

Pascual de Ayala y Galán. Una realidad positiva y una esperanza gloriosa. Los que hoy pintáis, jóvenes de menos de treinta años, que empezásteis la carrera hace unos seis u ocho, hasta quince, no pudísteis saborear el glorioso esplendor de un puñado de artistas hoy oscurecidos (…).

 

De aquella época son Picazo, Sanz, Atiénzar, Juan López, Mauricio, Dorado, San Miguel, Meseguer, Séiquer y Ayala, que llenaron veinte años de pintura regional. De uno de ellos, de José Ángel de Ayala Ros, he de hablar, aunque poco. Este gran artista, muy culto, autor de un bellísimo libro inédito sobre Salzillo y su obra, es un gran pintor y además un gran restaurador (…).

 

Pero una de sus mejores obras es su hijo; su hijo Pascual de Ayala y Galán, que se ha revelado como un gran pintor. Con paso decidido, sin titubeos, aclarando en el lienzo aquello que escapa al análisis del vulgo y hasta a la fina percepción de un observador perspicaz, Pascual de Ayala ha emprendido el camino del retrato; el difícil y peligroso camino del retrato (…).

 

Pascual de Ayala ha visto a sus modelos; los vio pensar y sentir, observó a la par que el fluir de la sangre y el mover de sus músculos, el gesto característico y la psiquis… Y así, ha llegado a conseguir dos retratos maravillosos: el retrato de don Gerónimo Ros (un artista de la miniatura) es un estudio acabado de cómo es el modelo.

 

Esta cabeza no sólo tiene la línea justa y el bulto; tiene además la vida del original, el reposo de la cara y la antigüedad de la vista, la viveza de genio, prisa en vivir… Y además tiene en su frente amplia y serena, toda la aristocracia que le distingue (…).

 

Es así que ha salido de sus manos un retrato maravilloso, fiero y enérgico, pero claramente demuestra ser interpretado por un alma infantil; infantil y candorosa como toda alma de artista. El otro retrato es el de la señora de don Pascual de Ayala Ros, tío del artista. Es un retrato también lleno de maravillosa coloración, que entra ya en los límites del cuadro, y éntrase porque no solamente tiene ese parecido del que antes hablé, sino composición, armonía, conjunto, esto es: color, ambiente, vida… aire (…).

 

A su autor, a quien felicito sin conocerlo, y a su padre, con quien me une una gran amistad, a quien de todo corazón le deseo, con la seguridad del éxito, días de gloria que ha de proporcionarle su hijo, este pintor que honra el apellido de artista que lleva.

 

Retrato, ilustración, vitral

 

Además de la elección principal por el género del retrato que hemos visto en este artículo, Pascual de Ayala y Galán aprendió a trabajar el vitral artístico en Vidrieras Maumejean de Madrid, prestigiosa fábrica donde ejerció como aprendiz. Todavía en Madrid prestó el servicio militar en la Guardia Real, y allí mismo conoció a una asturiana de Cangas de Onís con la que acabaría casándose: María Moya Redondo.

 

Fruto del contacto que siempre matuvo con Murcia, en 1932, Ayala y Galán pintó la Alegoría de la República que regaló al Ayuntamiento de Murcia. Y cultivó un genero más, el de la ilustración: del mismo año de 1932 es su participación en la primera edición de Polvo de sus sandalias, libro de Aniceto de Castro Albarrán sobre Santa Teresa de Jesús, del que en 1950 se sacaría una nueva edición. Pascual también ilustró en un estilo similar el libro Viñetas antiguas, de Genaro Xavier Vallejos.

 

Aún en la década de los 30, Ayala y Galán opositó a Segunda Enseñanza y obtuvo plaza como profesor de Dibujo en Quintanar de la Orden, disciplina de la que llegó a ser catedrático. En 1936, una vez iniciada la Guerra Civil, parte de su familia se trasladó a Alicante y él participó de la contienda en Madrid, en las filas del ejército de la República.

 

Cuando el conflicto acabó con el triunfo de las tropas sublevadas, la posición de Pascual de Ayala y Galán le ocasionó la ‘depuración’ de su plaza como profesor, seguramente la suspensión de empleo y sueldo, aunque más tarde, probablemente con la ayuda su hermano José Ángel, alto cargo de Acción Católica, pudo recuperar su plaza.

 

Después, Ayala y Galán se trasladó junto con su familia al País Vasco, aunque su primera exposición oficial tuvo lugar en Madrid, en la sala Minerva del Círculo de Bellas Artes, en 1948. También expuso sus obras en el Kursaal de San Sebastián, ciudad en la que residió algunos años, y en los Salones Luis XIV del Ayuntamiento de Bayona, en Francia.

 

Como hemos dicho anteriormente, además de su incursión en la ilustración, Pascual de Ayala y Galán cultivó principalmente el retrato, género en el que destacó por la caracterización de los personajes, el volumen, la naturalidad y el equilibrio compositivo.

 

En su primera exposición madrileña mostró veinte obras, la mayoría de ellas retratos, y tuvo eco en la prensa de la capital con algunas reseñas, en una de las cuales se decía errónamente que había nacido en Madrid. También dejó una breve entrevista de la que destacamos algunas frases del artista:

 

Tengo predilección por el difícil género del retrato, porque en él, el artista ha de resolver un arduo problema: el volumen formal, el carácter y la psicología del personaje, y también, si buscamos y llegamos a conseguir el retrato perfecto, el movimiento vital, la posición natural y característica del retratado, ambiente y calidades.

 

En esa misma entrevista, Pascual de Ayala y Galán se reconocía a sí mismo como “dinámico en todos los aspectos”, y explicaba que a sus modelos les pedía también dinamismo:

 

Les pido que no estén quietos. Bueno, seamos exactos: no les exijo una quietud excesiva. Y cuando pinto, me gusta mantener con ellos una animada conversación. Creo, por experiencia, que para conseguir plasmar la psicología de un personaje en el cuadro, hay que buscarla tanto en sus rasgos más representativos como en la suma de movimientos y expresión, de las que el artista ha de elegir aquel afortunado rasgo que hace vivir al retratado ante la mirada del espectador.

 

En cuanto a su técnica y ejecución, Pascual de Ayala y Galán explicó que pintaba deprisa, que no retocaba nunca y que solía repetir las partes completas cuando un detalle no quedaba de su agrado.

 

Ilustraciones y retratos no fueron sus únicos campos de expresión: también llevó a cabo pinturas al fresco, murales y vidrieras con temática religiosa, técnica esta última aprendida en Vidrieras Maumejean. Por ejemplo, fue el autor de un mural para el desaparecido edificio de la Casa de la Maternidad de Pamplona en los años cuarenta, y participó en la restauración de vidrieras de iglesias tras la guerra.

 

En 1950 se asomó de nuevo su nombre a la prensa de Murcia, por mor de su participación en la Exposición Nacional de Bellas Artes junto a otros artistas murcianos como Juan García Calvo, Gregorio Cebrián, José Campillo Sola, Pedro Roig, José Planes y Juan González Moreno.

 

Colombia y el final

 

Ese carácter dinámico con el que se definió, lo llevó a viajar por Francia e Italia. A principios de 1951, Pascual se trasladó a Colombia con su hijo Mario y con Tomás Guijo para realizar trabajos de decoración artística en iglesias, tras haber conocido a un alto cargo de los monjes agustinos, y se asentó en Cali, donde creó un taller de vidrieras artísticas junto a José Velasco Santamaría, un artista también de origen español.

 

En mayo de 1952, su mujer y sus otros tres hijos (Margarita, Rosa María y José Ángel) se reunieron al fin con él en Colombia, aunque poco después, la hija mayor, Margarita, regresó a España, donde la esperaba su novio. Y el 17 de agosto de 1952, a la edad de 50 años, Pascual de Ayala y Galán fallecía prematuramente por un infarto de miocardio.

 

En ese momento, Mario de Ayala ocupó el lugar del padre en el negocio, mientras que la viuda y su otra hija, Rosa María, volvieron a España en los años 60. El cuarto hijo, José Ángel, permaneció en Colombia junto a su hermano Mario y regresó a nuestro país tiempo después.

 

Para encontrar una referencia en la prensa a la muerte del artista murciano Pascual de Ayala y Galán, debemos recurrir a una información de la agencia Efe fechada el 18 de agosto de 1952, y que fue publicada por algunos periódicos locales, por ejemplo, de Sevilla y de Burgos. Aun con ciertos datos inexactos, como la edad del pintor, reproducimos la necrológica aquí:

 

Fallece el pintor Pascual de Ayala Galán. Cali (Colombia). Ha fallecido de un ataque cardíaco el pintor español Pascual Ayala Galán, de 49 años de edad, que había llegado a Cali procedente de España hace unos ocho meses para realizar trabajos de decoración artística en los templos de esta ciudad. Estaba casado con doña María Moya Redondo, llegada aquí hace dos meses.

 

Como hemos dicho, la empresa que Pascual de Ayala y Galán fundó junto a José Velasco en Cali, siguió funcionando bajo la dirección de Mario, que logró ampliar el negocio y realizar trabajos de gran calidad. El socio de Pascual, por su parte, creó su propio negocio independiente, que sigue existiendo hoy con el nombre de Casa Velasco. En la web de dicha empresa se recuerda aún hoy a Pascual de Ayala y Galán como cofundador del negocio originario.

 

Actualmente, los descendientes de Pascual de Ayala y Galán, entre los que están María Fernanda de Ayala Parets y Walter Ziegler de Ayala, que mantienen viva su memoria a través de una página de Facebook, se encuentran repartidos por varios lugares de España y del mundo, como Madrid, País Vasco, Alicante, Barcelona... El hijo menor del pintor, José Ángel de Ayala Moya, que también ha colaborado para redactar este texto, reside en Alicante.

 

Contexto: la II República Española en Murcia

 

Tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, que habían adquirido tintes plebiscitarios, y con la abdicación de Alfonso XIII, la proclamación de la II República en Murcia se llevó a cabo el 14 de abril de forma pacífica, como en casi toda España. La Junta Revolucionaria tomó posesión del Ayuntamiento de Murcia. A las cuatro de la tarde, ante una Glorieta abarrotada, se izó la bandera tricolor en el balcón de la Casa Consistorial y una banda de música interpretó La Marsellesa y el Himno de Riego.

 

Más tarde doblaron las campanas en la torre de la Catedral y se hizo público el manifiesto de la Junta en el que se proclamaba que el nuevo orden republicano estaba basado en la justicia, la libertad, la administración, la paz, el respeto y el orden dentro de la democracia.

 

Entre los firmantes del manifiesto se encontraban personalidades como José Ruiz del Toro, quien sería nombrado presidente de la Junta, Mariano Ruiz-Funes, José Moreno Galvache, Pascual de Ayala Ros (tío del pintor) o José Vinader Mazón, entre otros. Pocas horas después ya ondeaba también la bandera tricolor en el Gobierno Civil. En el Salón de Plenos de Ayuntamiento de Murcia se sustituyó el retrato de Alfonso XIII por uno de Antonete Gálvez Arce. Un año después se sumó la Alegoría de la República regalado por Ayala y Galán.

 

Aunque las semanas siguientes estuvieron marcadas por la calma, salvo protestas aisladas de grupos monárquicos e incidentes por parte de radicales del anticlericalismo, la tensión fue incrementándose poco a poco durante el mes de mayo hasta la quema de los conventos de San Francisco y de las Isabelas. Otros edificios religiosos en las pedanías sufrieron asimismo la intolerancia de los radicales hasta que la situación pudo ser controlada.

 

Los mencionados ataques llevaron al Ayuntamiento de Murcia a publicar una nota oficial de repulsa, resaltando que el propio alcalde, el socialista Ruiz del Toro, había intervenido para frenar la violencia y salvar parte del patrimonio de dichos templos, no lográndolo en algunos casos.

 

El Consistorio también había creado la Guardia Cívica Ciudadana, cuyo objetivo era velar por el orden y salud de la República y respetar la libertad individual, la propiedad y las creencias religiosas.

 

En junio de 1931 se constituyó el primer Ayuntamiento de Murcia de época republicana, y por iniciativa del nuevo alcalde de Murcia, Luis López Ambit, un mes después se produjo el primer intento de llevar a cabo un proyecto de Región Murciana sobre la base de la cuenca del Segura, englobando territorios de Granada, Jaén, Albacete, Almería y Alicante.

 

Además de redactar un manifiesto, López Ambit se reunió con representantes de varios municipios en dichas provincias. Sin embargo, los intentos de redacción de un Estatuto de Región Murciana quedaron paralizados con la suspensión del estatuto Catalán en 1934, y más tarde con el golpe de Estado de 1936.

 

El municipio de Murcia llegaría a superar los 175 mil habitantes a mediados de la década de los treinta, aunque por entonces la ciudad seguía hermanada con la huerta, que se adentraba en ella por muchos rincones.

 

La mayoría de sus instituciones estaban ubicadas aún en viejos edificios: la Universidad de Murcia en la calle Princesa, la Diputación en la calle Fuensanta, el Gobierno Civil en la calle Riquelme, el Museo Provincial en las Escuelas Graduadas de la calle Obispo Frutos, la Audiencia en el Almudí, el Hospital Provincial en Teniente Flomesta… Sólo la Cárcel Provincial se había trasladado a un nuevo edificio en 1928 (hoy, la Cárcel Vieja).

 

Aunque el ayuntamiento sacó del cajón el proyecto de una nueva Gran Vía, así como de varias avenidas para la conexión ferroviaria y de una nueva plaza central, la futura Plaza Circular, ningún gran plan de reforma urbana fue llevado a cabo en esos años ante la inestabilidad política y la falta de recursos económicos. Desgradaciadamente, sí que fueron derribados varios edificios de interés, como el Palacio de los Vélez o el Contraste de la Seda.

 

El panorama político de Murcia al inicio de la década de los treinta no difiere de la situación en el resto del país, y tras la disolución de los partidos liberal y conservador durante la dictadura de Primo de Rivera, los partidos alineados a izquierda y derecha regresaron con sus variantes murcianas.

 

En el entorno conservador se situaban los ‘ciervistas’ de Juan de la Cierva y Peñafiel, incluyendo a su hijo Isidoro de la Cierva y Codorniú; ambos llegaron a ser diputados por Murcia del Partido Conservador y ministros en diferentes etapas bajo el reinado de Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera.

 

Por otro lado, en el entorno liberal destacó Mariano Ruíz-Funes García, que sería diputado por Murcia con los partidos Acción Republicana e Izquierda Republicana, así como ministro de Agricultura primero y de Justicia después, ya durante el conflicto civil.

 

En cuanto a la situación económica y social, tras la dictadura de Primo de Rivera y la recesión internacional de 1929, los indicadores muestran las dificultades a las que se enfrentaba el municipio, no diferentes del resto de España, por ejemplo, con un aumento del paro que elevó la conflictividad social.

 

Durante la II República, Murcia siguió siendo una ciudad agrícola con una importante producción de pimentón y con un paulatino descenso del negocio de la seda, que ya venía arrastrándose desde la década anterior.

 

Las disposiciones de los sucesivos gobiernos estatales buscaron mejorar las condiciones de vida de las clases populares con un éxito relativo y desigual. Por ejemplo, si bien la Ley de Reforma Agraria de 1932 apenas tuvo efectos en la huerta Murcia, en la que sólo el diez por cierto de las fincas eran de gran tamaño, reformas laborales como el aumento del salario mínimo o la reducción de la jornada a ocho horas en el sector agrícola sí levantaron las protestas de las clases conservadoras, al tiempo que hicieron cundir el desencanto en las clases populares que esperaban mejoras de mayor calado.

 

Los intentos de la II República por transformar el estatus socioeconómico y cultural toparon con la resistencia de las élites y de las clases privilegiadas. Otra de las principales aspiraciones del nuevo régimen democrático, separar Iglesia y Estado, que se recogía en el artículo 26 de la Constitución de 1931, también generó convulsiones y resistencia. El descontento social en los diferentes órdenes terminó por agravar todos los problemas.

 

La II República también fue un momento de efervescencia periodística en nuestra ciudad: en 1933 se creó la emisora EAJ-17 Radio Murcia; se publicaban los periódicos conservadores La Verdad y Levante Agrario, que denunciaban el laicismo y los intentos de socialización de la propiedad, y también los periódicos progresistas El Liberal y La Región, que critican la opulencia de los caciques. Otras muchas publicaciones aparecían y desaparecían con rapidez.

 

En aquel tiempo, desde el punto de vista cultural, Murcia recibió a importantes figuras de la cultura, la música y el teatro en sus giras, como la del tenor aragonés Miguel Fleta, y acogió los principales estrenos cinematógraficos del momento: por ejemplo, en enero de 1932, el del afamado Drácula de Béla Lugosy en el Media Luna Cinema, con empujones y algún altercado.

 

En marzo del mismo año de 1932 se celebró una fiesta literaria en el Teatro Romea que contó con la presencia de Miguel de Unamuno, y a finales de ese mismo mes, el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, visitó Murcia durante varios días coincidiendo con las Fiestas de Primavera.

 

En mayo de 1932, Justo García Soriano publicó ‘Vocabulario del dialecto murciano’, y en 1933, Murcia tuvo el privilegio de ser la ciudad en la que se publicaría el primer libro del poeta oriolano Miguel Hernández, ‘Perito en lunas’, prologado por Ramón Sijé. Este hecho fue posible en parte gracias al editor, escritor y periodista murciano Raimundo de los Reyes.

 

También en Murcia y precísamente en casa de Raimundo, en enero 1933, se conocieron personalmente Miguel Hernández y Federico García Lorca, quien estaba en la ciudad representando ‘La vida es sueño’ con la compañía La Barraca. Puedes saber más sobre este acontecimiento pinchando en este enlace.

 

Las tertulias artísticas y literarias amenizaban los cafés de la ciudad, con fijos como Garay, Joaquín, Flores, José Planes, Antonio Garrigós… El Círculo de Bellas Artes era otra de las referencias de la vida cultural murciana.

 

Ramón Gaya realizó copias de grandes obras del Museo del Prado y colaboró con el Museo del Pueblo y las Misiones Pedagógicas, proyectos de la II República para acercar el arte y la cultura al mundo rural y a las clases más humildes de España. Gaya también realizó algunos decorados para los montajes teatrales de La Barraca.

 

En esos mismos años, el pintor Joaquín dirigió una Escuela de Pintura junto al Malecón y también dio clases en la recién creada Escuela de Artes y Oficios de Murcia, que vio la luz en 1933, con José Planes como su primer director. En 1936, José Ballester publicó ‘Otoño en la ciudad’.

 

Todavía en tiempos de la II República, la Diputación provincial anunció sus intenciones de crear un museo dedicado a Francisco Salzillo en la Iglesia de la Misericordia, en San Esteban, a propuesta del diputado socialista Fernando Piñuela, quien más tarde sería nombrado alcalde.

 

En mayo de 1933, y bajo el título ‘Por el arte murciano’, el propio Fernando Piñuela junto a José Planes, Luis Garay, Clemente Cantos y Antonio Garrigós, entre otros, firmaron una instancia dirigida a la Diputación para pedir la creación de dicho Museo Salzillo.

 

En tiempos de paz del periodo republicano, también fueron alcaldes de Murcia José García López, José Moreno Galvache, José María Bautista Hernández, Gaspar de la Peña Séiquer, José Musso Blanc y Fernando Piñuela Romero, quien, estando al frente del Ayuntamiento de Murcia, tuvo que afrontar el fatídico momento del golpe de Estado de 1936 contra el Gobierno de España. Fernando Piñuela fue fusilado en 1939.

 

Fuentes

 

Walter Ziegler de Ayala, María Fernanda de Ayala Parets y José Ángel de Ayala Moya (información biográfica, fotografías, prensa).

 

'El paisaje en la pintura murciana en la segunda mitad del siglo XX', tesis de Enrique Mena García. Universidad de Murcia, 2012.

 

Página web de Casa Velasco, empresa colombiana de vidrieras.

 

Medio siglo de artistas murcianos (1900-1950): escultores, pintores, músicos y arquitectos. Antonio Oliver Belmás.

 

Historia de la Región Murciana, tomo IX, páginas 2, 3, 4, 7, 12, 20, 22, 34.

 

Alcaldes de Murcia (1886-1939): pp. 316-399.

 

Murcia y su huerta en la II República, 1931-1939. José Antonio Ayala.

 

Guerra civil en Murcia: un análisis sobre el poder y los comportamientos colectivos. Carmen González Martínez.

 

Pascual de Ayala y Galán | Facebook

 

Carta de Lorca a Miguel Hernández: "Sé que sufres con esas gentes puercas que te rodean" | Cultura (elmundo.es)

 

Raimundo de los Reyes- Biografía - Región de Murcia Digital (regmurcia.com)

 

José Planes- Biografía - Región de Murcia Digital (regmurcia.com)

 

Luis Garay - Región de Murcia Digital (regmurcia.com)

 

El beso inédito de Alfonso XII y la República, Antonio Botías. La Verdad.

 

Fondos digitalizados del Archivo Municipal

 

Juventud Literaria, 19 de noviembre de 1899, página 3.

 

Levante Agrario, 28 de mayo de 1932, página 1.

 

El Tiempo, 28 de mayo de 1932, página 1.

 

Don Crispín, 19 de junio de 1932, página 2 y 5.

 

La Verdad, 27 de febrero de 1932, página 3.

 

La Hoja del Lunes, 5 de junio de 1950, página 4.

 

Diario Sevilla, 18 de agosto de 1952, página 3.


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