Pieza destacada
Casa López-Ferrer (siglos XIX-XX).

La pieza destacada de la que vamos a hablar en esta ocasión es la más grande que tenemos; la que acoge a todas las demás que forman el Museo de la Ciudad. Permitidnos la licencia, porque realmente no nos referimos a una pieza; hablamos del continente, del espacio que ocupamos: de la Casa López-Ferrer.

 

Siempre comenzamos nuestras visitas guiadas haciendo alusión al edificio en el que se decidió ubicar este museo de historia local y patrimonio del municipio de Murcia, inaugurado allá por mayo de 1999; a su remoto origen como casa de Gil Rodríguez de Junterón en el siglo XVI, la antigua Torre Junterón o Casa Junterones, cuya silueta sirve de logotipo del museo. Citamos el huerto, atravesado por la acequia Caravija. Hablamos asimismo de las reformas de los siglos XIX y XX, ya bajo los designios de Juan López-Ferrer Moreno.

 

Y antes de entrar en el contenido del museo, también hablamos de la donación de la casa y su parcela al Ayuntamiento de Murcia en 1987; de las obras de rehabilitación y adecuación como museo en los años 90, el derribo de las tapias y la apertura del Huerto Cadenas o Huerto López-Ferrer como jardín público; de la conservación de la estructura, la fachada, el pavimento que da acceso al museo y que fue entrada de carruajes, y la baranda de la antigua escalera. Pero hoy vamos a añadir algunas pinceladas a todo eso.

 

Una casa a una hiedra pegada

 

La llamada para redactar este texto nos la dio una publicación en la red social Facebook: allí, José Miguel Cutillas de Mora compartió una fotografía de la Casa López-Ferrer en aquellos años en los que, ya deshabitada, esperaba nuevo uso mientras la hiedra iba cubriendo su fachada y cegando sus balcones. A partir de esa visión, fuimos refrescando la memoria: un libro, una carpeta, planos, papeles, hemeroteca.

 

 

En mayo de 2015, en la cuarta entrega del ciclo Murcianos ilustres. Semblanzas emotivas, acogimos la charla de José Antonio Nuño de la Rosa Pozuelo sobre su suegro, Juan López-Ferrer Moreno (1899-1969), en un acto al que acudieron familiares y amistades del popular empresario murciano del sector textil. En aquella ocasión, nuestra biblioteca recibió con gratitud el obsequio de un libro sobre López-Ferrer escrito por Luis Valenciano Gayá y editado por la propia familia: ‘El Aguilucho y Don Juan. Una finca, un hombre, una época de Murcia’ (1985).

 

Aunque en esa narración sobre la vida de Juan López-Ferrer Moreno tiene un protagonismo especial la finca ‘El Aguilucho’, que le da título, Valenciano Gayá también habla del negocio familiar y de la casa, con una descripción y algunos datos a los que haremos referencia más adelante. Las dos ediciones de este libro, de 1985 y 2015, están en la Biblioteca Regional de Murcia.

 

 

Por otro lado, contamos con la documentación y los planos del “proyecto de Rehabilitación de la Casa Junterones para Museo en Murcia”, redactado por la Oficina Técnica de Arquitectura del Ayuntamiento de Murcia en 1996. Pero vayamos por partes y en orden cronológico.

 

Casa Junterones

 

Del primitivo aspecto de la Casa Junterones, del siglo XVI, hoy nos queda la litografía que firmó Juan Albacete en 1854 (si es que no sufrió modificaciones en el siglo XVIII, como también se ha escrito): se trata de una preciosa visión de la plaza Agustinas, donde se nos muestra la imponente construcción a la derecha, asomada a la plaza, y frente a ella, el discurrir de la acequia mayor Aljufía, cimbrada y con un puentecillo que daba acceso al recinto.

 

La Casa Junterones tenía un huerto con tapia, contra la cual el dibujante incluyó la figura de un despreocupado huertano orinando. Al fondo vemos la fachada del convento de las Agustinas, un puesto ambulante, una serie de personajes que caminan por la calle y hasta un perro mirando incrédulo al individuo que micciona.

 

 

Esta litografía, hecha para los suscriptores del periódico ‘La Vega’, es la que proporcionó al diseñador José María Nuño de la Rosa, nieto de Juan López-Ferrer, la idea sobre la que crear el logotipo del Museo de la Ciudad: se trata de una vista frontal de aquella Casa Junterones, de planta cuadrada, con una torre en cada esquina y una torre central más alta que no figura en el logotipo, todas ellas rematadas con crestería. Sí que se incluyó en el logo, por el porte y por la simbólica referencia al jardín, la enhiesta palmera que acompaña a la casa.

 

Sobre la puerta central de aquella sobria construcción había un balcón, y sobre el balcón, el escudo de armas de Junterón rodeado por una guirnalda. En el exterior de la Capilla Junterones, en la Catedral de Murcia, podemos ver hoy una talla del escudo que debe ser igual a la que lucía la casa.

 

La Casa Junterones se encontraba al norte de la ciudad, extramuros, cerca del camino de Espinardo, en lo que antaño fue parte del barrio andalusí de la Arrixaca; una zona de palacetes y jardines. Por lo tanto, había huertos en la parte posterior, hacia el norte, atravesados de oeste a este por otra acequia: la Caravija. Todo ello nos remite, como mínimo, al siglo XVI, con el protonotario del Papa Julio II y Arcediano de Lorca, don Gil Rodríguez de Junterón, como primer propietario.

 

Para saber más sobre Junterón, pincha en este enlace a su biografía en la web de la Real Academia de la Historia.

 

Sin embargo, y según cuenta Juan Valenciano Gayá en el libro ‘El Aguilucho y don Juan’, referido anteriormente, se cree que el llamado Huerto Cadenas existió desde antes de la presencia de la Casa Junterones, y que el entronque de uno y otra es incierto y pudo originarse de la unión de algún miembro “de la estirpe de los Cadena con un descendiente de los Junterón”. Lo cierto es que el huerto aparece citado por Pedro de la Cadena como de su propiedad en el testamento otorgado en Murcia en 1551.

 

La vecina empresa textil de los López

 

Avanzamos hasta el siglo XIX: en 1853, un año antes de que Juan Albacete representara el lugar en la mencionada litografía, un ciudadano murciano llamado Ignacio López emprendió el floreciente y próspero negocio textil que pasaría después a Juan López Ferrer, y más tarde a Juan López-Ferrer Moreno.

 

Lo hizo precisamente frente a la Casa Junterones y al Huerto Cadenas, en el lado de mediodía de la plaza de las Agustinas. El negocio (y la propiedad) de Ignacio López fue ganando terrenos y edificaciones desde la línea de la calle Agustinas nº 14 hacia atrás, hasta llegar a la calle La Manga. Y allí acogió un taller de costura que se anunciaba en la prensa del último tercio del siglo XIX, señalando como ubicación “frente al Huerto Cadenas”. Un botón de muestra publicado en El Diario de Murcia el 21 de noviembre de 1890:

 

TALLER DE COSTURA. Plaza de Agustinas. FRENTE AL HUERTO CADENAS. Se confecciona toda clase de trajes para señora, ropa blanca para las mismas y para caballeros, a precios muy arreglados.

 

En esos mismos años, el negocio textil se estaba asentando y progresando. En agosto de 1888 vemos la siguiente nota publicada en El Diario de Murcia:

 

D. Ignacio Lopez ha solicitado del ayuntamiento se le provea del correspondiente titulo posesorio para formalizar la escritura del terreno que compró al municipio, para edificar, en la plaza de Agustinas”.

 

En mayo de 1884 encontramos en El Diario de Murcia la noticia de un enlace matrimonial entre la familia López y la familia Moreno: se acababan de casar Juan López Ferrer y María Moreno Fernández: “Les deseamos todas las felicidades que han soñado en su nuevo estado”.

 

Pero lo cierto es que, a pesar de los buenos deseos, el matrimonio no tuvo una vida fácil: en diciembre de 1900 enfermó y murió su joven hija Rosario Ferrer Moreno, y dos años más tarde moriría también su hijo de 16 años, Ignacio Ferrer Moreno.

 

Un años antes, en 1890, Juan López Ferrer solicitó permiso al Ayuntamiento de Murcia para usar el agua del Val de la Lluvia en su fábrica de curtidos. Y en los años siguientes, ya al frente de la empresa textil, su nombre se repetirá en la prensa con motivo de sus actividades en múltiples facetas ciudadanas, como su pertenencia al Círculo Católico de Obreros, su papel como vocal de la Junta Municipal y de la Junta de Reformas, y sus constantes obras sociales:

 

Suscripciones para las obras del Manicomio, rebajas en productos de su fábrica para la Beneficiencia provincial (“400 tohallas de algodón, 400 servilletas, 400 metros de terliz, 750 metros de lienzo de algodón de color para pantalones y blusas, 500 de zaraz de color para vestidos de las asiladas, 100 metros de bayeta para refajos y 50 mantas de Palencia”), donativos al comedor de la Tienda-asilo por el importe de cuatro varas y media para trapos de cocina...

 

En los planes de la familia López, tal y como relata Valenciano Gayá, estaba proyectado que a Juan López Ferrer le sucediese su hijo José Ferrer Moreno al frente del negocio iniciado por Ignacio López, mientras que el hermano pequeño, Juan Lopez Moreno, que poco después cambiaría su primer apellido para hacerlo compuesto (Juan López-Ferrer Moreno), tendría un papel secundario. Así fue en un primer momento.

 

Casa de baños

 

“A partir de la casa de Agustinas nº 14 donde el tío Ignacio instala sus telares a mediados del siglo XIX, la Plaza de Agustinas se va convirtiendo en un recinto de la familia (…). Pero la pieza más importante de la plaza es la del norte: la casa y el huerto que tiene detrás”, explicaba en su libro el cronista familiar Luis Valenciano Gayá.

 

Seguramente, ya cansados de verla cada día delante de su hogar y de su negocio y de no poder tenerla, en 1922, los hermanos José y Juan López-Ferrer Moreno (en aquellos años comienzan a aparecer en la prensa con el apellido compuesto) decidieron comprar al fin la Casa Junterón y el Huerto Cadenas. La imagen de la casa ya había cambiado respecto de la que tenía en la litografía de 1854: con diseño del arquitecto Juan Ibáñez, en 1868 se derruyeron las torres, se le añadió una planta y se abrieron los balcones a la calle.

 

En la escritura de compra-venta figuraron “José, industrial” y “Juan, dependiente”, lo que nos habla del carácter secundario del hermano menor en los planes del negocio familiar.

 

Juan López-Ferrer Moreno contrajo matrimonio con Juana Ruiz Palazón un año después de adquirir la casa, en 1923, pero en unos pocos meses, con 24 años de edad, Juana falleció. A la familia todavía le esperaban más dramas en la década de los 20: en 1926, López Ferrer padre tuvo que coger de nuevo las riendas del negocio cuando murió su hijo mayor, José, “el delfín”, víctima de un cáncer de hígado. Desde entonces, Juan-hijo fue el único propietario de la casa; poco antes también había fallecido su cuñado Mariano Blaya Marín, marido de su hermana Consuelo.

 

En esos años, la Casa Junterones y su huerto, ya propiedad de los López-Ferrer Moreno, continuó dedicándose a casa de baños, como en tiempos anteriores y como se anunciaba en la prensa del momento. Al frente de este uso, los hermanos López-Ferrer situaron como gestor al floricultor Carmelo Barba Martínez, quien había sido jardinero del Huerto de las Bombas, y que más tarde se haría muy popular por su labor como estante en la Cofradía de Nuestro Padre Jesús, cuyos pasos procesionales también adornaba con flores.

 

De los anuncios del Huerto Cadenas como casa de baños, hay múltiples ejemplos en la prensa, pero el más llamativo es el publicado en El Consultor de la Familia, el 1 de septiembre de 1923.

 

 

La familia se instala

 

En 1931, a la muerte de Juan López Ferrer padre, llegó el momento de que Juan López-Ferrer Moreno cogiera por fin el timón de la empresa familiar. Comenzaba entonces una década intensa, porque un año después contraía matrimonio, en segundas nupcias, con Elisa Gómez Gayá. Fue en ese momento cuando la familia decidió fijar su residencia en la Casa Junterones.

 

Luis Valenciano Gayá explica que el huerto tenía una superficie “de ocho tahúllas y cuatro ochavas”, según constaba en la escritura de compra-venta, y que en el documento se precisaba el discurrir de la acequia Caravija atravesando el terreno de oeste a este. El autor reconoce que la escritura “dedica poca atención a la casa, que está compuesta por sótanos, donde están instalados los baños, y tres pisos distribuidos en diferentes habitaciones, siendo su cubierta de terrado”.

 

Como hemos dicho, la casa siguió albergando baños públicos bajo la tutela de los hermanos López-Ferrer, “haciendo la competencia a los Baños de San Antonio y a algunos otros”, a los que se confiaba “la higiene corporal de los murcianos”. Y los albergó hasta que la familia decidió instalarse en la casa. Dos de las bañeras de mármol se rellenaron de tierra y sirvieron como grandes maceteros de jardín, antes de que los López-Ferrer se las regalasen a las monjas Agustinas.

 

 

“El acondicionamiento (de la casa), en 1932, fue casi una reconstrucción; alguien les aconsejó que la derribaran y edificasen una nueva, alejada de la calle, en el centro del huerto: tuvieron la sensibilidad suficiente para no seguir el consejo”, relata Valenciano Gayá. Y prosigue: “Años más tarde, la casa se amplió hacia el huerto, duplicando su planta”.

 

En el momento de escribir su libro, cuando Juan López-Ferrer Moreno ya había fallecido pero Elisa, su esposa, aún habitaba la casa, el autor hace la siguiente descripción:

 

Queda un amplio zaguán con su parte externa empedrada de pequeños bolos, con dibujo. Sobre ese pavimento trepidaban y sacaban chispas las ruedas de los coches y las herraduras de los caballos. Se respetó la vieja escalera de mármol de Javalí, oscuro, con cierto brillo, característico de las antiguas casas de Murcia, y con un desarrollo un tanto original; permanece la barandilla y el pasamanos de hierro.

 

Las estancias son amplias, todas exteriores, con tres balcones a la fachada y ventanas al Huerto; en el piso bajo hay rejas de buche de paloma. Techos altos y pavimento de loza. Mobiliario justo, sin agobios de espacio. Se recuperaron antiguos y panzudos cantaranos, viejos bufetes, bargueños y consolas familiares, y un gabinete Luis Felipe de madera negra con incrustaciones de nácar. Junto a ellos, en armónica vecindad, tresillos y sillones cómodos, modernos, sin modernismo. Así el comedor y las alcobas. No falta una tradicional camilla.

 

Cuelgan en las paredes, donde la composición lo pide, en su sitio, cuadros con historia, que vinieron de la familia de Doña Elisa. Buenos conocedores los han adjudicado, con probabilidades, a la escuela de Murillo, a Maella, a Séneca Silva y a algún desconocido pintor del siglo XVIII. Otros más recientes, de pintores de la tierra, los adquirió don Juan: flores de Sánchez Picazo, toros de Alcaraz, escenas típicas y retratos de Almela Costa, cabras, burros, polluelos, gatos y excepcionales bustos de mujer de Séiquer.

 

Sabiamente situada delante, con vista a la fachada, una terraza que invita a la tertulia íntima, a favor del vientecillo de la carretera en los días agobiantes de verano. (…). Detrás queda, sigue quedando, el Huerto de Cadenas, con los enormes y frondosos magnolios, con las palmeras diversas y centenarias, algunas de siete brazos, otras que se alzan insaciables hacia el cielo; con los pinos, los limoneros y los naranjos, y con esas plantas extrañas, entre arbusto y árbol, cuya rareza y valor botánico sorprende a los naturalistas. La tapia que por el norte delimita el terreno, descubre en algunos trozos las atobas con las que fue construida.

 

El negocio textil comenzó un lento declinar a mitad del siglo XX. El 25 de febrero de 1969 moría Juan López-Ferrer Moreno tras una grave enfermedad respiratoria, pero su viuda, Elisa Gomez Gayá, siguió viviendo en la casa algunos años más. A mediados de los 80 la familia conservaba la propiedad, pero la casa fue desocupada y la naturaleza comenzó a abrazarla, como si el huerto pretendiera engullirla.

 

De esos años debe ser la fotografía con la que comenzamos este texto.

 

De casa a museo

 

María y Elisa López-Ferrer Gómez, hijas de Elisa Gomez Gayá y Juan López-Ferrer Moreno, recibieron de sus padres el amor por la Casa Junterones y por el Huerto Cadenas, y adoptaron la determinación de conservarlos por encima de cualquier circunstancia. Según explicaron, llegó un momento en el que temieron por la integridad de la casa y del huerto, al contemplarse la prolongación de la Calle Jerónimo de Roda hasta San Antolín por detrás de la fábrica de la Pólvora.

 

Por ese motivo, por el valor de las especies naturales del huerto y por la significación de la casa, dieron batalla hasta lograr el compromiso municipal de que se reordenaran los metros edificables para no afectar al huerto, de que se conservaran ambos elementos y que la casa, declarada Bien de Interés Cultural, se dedicase a equipamientos colectivos.

 

Finalmente, por voluntad de Elisa Gómez Gayá y como homenaje a su marido, la casa fue donada al Ayuntamiento de Murcia en 1987, siendo alcalde de Murcia José Méndez Espino. Ya en ese momento se decidió que fuera rehabilitada como museo y que el huerto fuera un jardín público.

 

El proyecto de Rehabilitación de la Casa Junterones para Museo en Murcia, redactado por la Oficina Técnica de Arquitectura del Ayuntamiento de Murcia en 1996, incluyó una breve reseña histórica de la casa y del huerto, así como los planos de la edificación en esos momentos, y los de la reforma para adaptarla como museo.

 

El informe señala que los dos anexos laterales al volumen principal de la vivienda del siglo XIX, ya habían sido derruidos en el proceso de adecuación del huerto como jardín público: el que se adosaba por el oeste era el que soportaba en la parte superior la terraza a la que alude Valenciano Gayá, y que en la imagen de los años 80 todavía aparecía, con una celosía.

 

En su lugar se elevó un nuevo volumen que hoy es el salón de actos del Museo de la Ciudad, mientras que el del lado contrario alberga la sala de exposiciones temporales. Además, el proyecto contempló el derribo de la ampliación de la casa que llevó a cabo la familia López-Ferrer en los años 30-40 del siglo XX, cuando se duplicó la superficie construida y se alargó hacia el huerto. De ese modo, se optaba por dejar el volumen principal de la vivienda tal y como estaba en 1868.

 

La ampliación de López-Ferrer fue sustituida por un nuevo volumen posterior que hoy alberga las salas principales del museo, y que está coronado por un gran lucernario. Las demás estancias fueron adaptadas también, eliminando los tabiques y uniendo espacios pero conservando la barandilla de la escalera y el pavimento de la llamada ‘entrada de carruajes’.

 

La fachada fue limpiada y consolidada, sus molduras rehabilitadas, sus balcones asegurados. Y se sometió a toda la obra a un proceso de afianzamiento y reforzamiento de los cimientos, de impermeabilización de las cubiertas… Además, se dotó a la casa de todas las medidas de seguridad y accesibilidad propias de un edificio que se iba a destinar a un uso público.

 

 

Igualmente, como ya hemos dicho, el huerto fue adecuado como jardín, derribando todas sus tapias y obstáculos y permitiendo el paso al contiguo parque de la Pólvora o del Salitre. La acequia Caravija quedó soterrada y se recreó su curso en la superficie. Se conservaron parterres y especies arbóreas, se elevaron andenes y se añadieron nuevas plantas y arbustos.

 

 

El 18 de mayo de 1999, al fin, Murcia inauguró un nuevo espacio museístico en un lugar histórico que hoy mantiene una parte de su esencia, y que sirve como hogar al relato de la historia local y el patrimonio de nuestro municipio. Así fue como se pasó de Casa Junterones y Huerto Cadenas a Casa y Huerto López-Ferrer, y de ahí, a Museo de la Ciudad.

 

Fuentes:

 

Fotografía de la Casa López-Ferrer en los años 80: don José Miguel Cutillas de Mora.

 

El Aguilucho y Don Juan. Luis Valenciano Gayá, 1985.

 

Proyecto de Rehabilitación de la Casa Junterones para Museo en Murcia. Oficina Técnica de Arquitectura, 1996.

 

Fondos digitalizados del Archivo Municipal de Murcia:

El Diario de Murcia, 18 de mayo de 1884, página 2.

El Diario de Murcia, 5 de agosto de 1888, página 3.

El Diario de Murcia, 9 de abril de 1890, página 3.

El Diario de Murcia, 17 de mayo de 1890, página 2.

El Diario de Murcia, 21 de noviembre de 1890, página 1.

La Paz de Murcia, 28 de diciembre de 1891, página 3.

El Diario de Murcia, 23 de enero de 1892, página 3.

El Diario de Murcia, 11 de agosto de 1892, página 1.

Las Provincias de Levante, 26 de marzo de 1895, página 2.

Heraldo de Murcia, 29 de noviembre de 1900, página 2.

El Diario de Murcia, 13 de mayo de 1902, página 2.

El Liberal, 23 de marzo de 1922, página 1.

Escudo de Junterón, Región de Murcia Digital.

El Consultor de la Familia, 1 de septiembre de 1923, página 61.

El Tiempo, 3 de julio de 1924, página 2.

La Hoja del Lunes, 3 de marzo de 1969, página 9.

La Hoja del Lunes, 19 de mayo de 1986, página 4.


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