Máquina de escribir
Seidel & Naumann. Dresde, Alemania
Modelo Ideal C (1919)
Esta pieza fue donada en 1999 por los descendientes del arquitecto murciano José Antonio Rodríguez Martínez (1868-1938), a quien perteneció, de modo que forma parte de la colección inicial del Museo de la Ciudad. Se trata de una máquina de escribir fabricada por la compañía alemana Seidel & Naumann, de Dresde. Es la llamada ‘Ideal-C’, puesta a la venta en 1919, y en el caso de esta pieza, importada y distribuida en España por Otto Streitberger.
Es de hierro lacado en negro, sólida y pesada. En el carro, con letras doradas, aparece el nombre del modelo, ‘Ideal’. En la parte frontal, a la derecha, vemos el logotipo del fabricante, cuya historia os contaremos más adelante: las siglas ‘S&N’ en color blanco inscritas en un círculo anaranjado, con borde dentado en forma de pequeños pétalos punteados. Todavía en la parte frontal pero a la izquierda, impreso en letras que ya están casi borradas, vemos el nombre del distribuidor de esta máquina: “Otto Streitberger, calle Berlín 19, Barcelona”. Luego os hablaremos de él.
Cuenta con una palanca de retorno de carro o rodillo, cinta con sus dos rollos y un teclado de teclas redondas con fondo blanco y letras en negro, con reborde plateado. Este teclado sigue el formato ‘qwerty’, incluyendo la ñ española, con sus letras distribuidas en tres filas. En la fila de abajo y sobre el espaciador, las comas, puntos, dos puntos, punto y coma, guion y apóstrofo. En la fila superior, la de los numerales, se incluyen los signos más comunes: de exclamación, interrogante, paréntesis, porcentaje, comillas… A ambos lados, tabulador, mayúsculas y otros símbolos, como el de moneda (libra y dólar), más y menos, tilde, tabulador…
Resumiendo los elementos básicos y el funcionamiento de la máquina, partimos del teclado, cuyas teclas, percutidas con los dedos, accionan unas varillas con un tipo que tiene el correspondiente carácter en relieve en su extremo, y que avanzan hasta golpear una cinta entintada para después retroceder y volver a la posición de reposo. Al golpear la cinta entintada, cada tipo deja la impresión de su correspondiente carácter sobre el papel, papel que está sujeto en un rodillo que va girando para avanzar en las líneas de escritura.
Esta pieza se exhibe en la segunda planta del museo, la dedicada al siglo XX, junto a otros elementos y maquetas relativos a la arquitectura, las infraestructuras y el desarrollo urbano de Murcia durante dicha centuria.
La máquina de escribir
En un artículo de El Periódico (‘La máquina de escribir: un invento que nació por amor’, Carme Escales. 2018), al hilo de la inclusión de la ciudad italiana de Ivrea, cuna del afamado Camillo Olivetti, en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco como Ciudad Industrial del siglo XX, se hace un breve repaso de este invento que tiene orígenes remotos, pero que en su forma contemporánea nace en el siglo XIX y está ligado a la discapacidad visual: las primeras máquinas se hicieron precisamente para permitir escribir a las personas ciegas.
Desde los también italianos Giuseppe Pellegrino Turri en 1808 y Giuseppe Ravizza en 1855, cada nombre y cada patente posterior fue añadiendo sucesivamente pequeñas mejoras y desarrollando el ingenio de escritura. La primera máquina de escribir con éxito comercial fue la del estadounidense Christopher Sholes, peculiar personaje que también patentó el tipo de teclado ‘qwerty’ en 1868: su nombre viene dado por las seis letras que inician la fila superior desde la izquierda.
Dicho modelo de distribución de las letras, que más de cien años después se trasladó a los ordenadores y que sigue rigiendo la mayoría de teclados del mundo, fue diseñado por Sholes con el propósito de lograr que las personas escribieran más rápido, colocando las letras de modo que se utilizasen las dos manos para escribir, y evitando que se atascaran las varillas del centro en las máquinas de escribir de primera generación mediante la separación de las letras más usadas de la zona central del teclado.
El año de creación del teclado ‘qwerty’, 1868, fue además el año en el que nació Camillo Olivetti, quien fundaría una de las compañías más exitosas de máquinas de escribir en 1908, y casualmente, fue también el año en el que un joven alemán, Bruno Naumann, creó una humilde empresa que creció mucho y muy rápido, y en la que se fabricó la máquina de escribir de José Antonio Rodríguez Martínez que exponemos en el Museo de la Ciudad.
Seidel & Naumann
Bruno Naumann (1844-1903) nació en Dresde en el seno de una familia acomodada. Desde pequeño mostró gran destreza para las matemáticas, y después de su primera formación, aprendió ingeniería de precisión y relojería y se hizo mecánico. Cuando aún no había cumplido 24 años de edad, en 1868, abrió un pequeño taller de mecánica de precisión con sus ahorros, en su Dresde natal, y poco después, en 1869, se le unió como inversor el comercial Emil Seidel, dando como resultado el nombre de la compañía: Seidel & Naumann. Dicho nombre se mantuvo cuando Seidel recogió sus beneficios y salió de la empresa en 1876.
Naumann comenzó a vender máquinas de coser y bicicletas con gran éxito: en el caso de las primeras, a partir de 1872, haciendo uso del método Singer que fue desarrollando y mejorando; y en el caso de las segundas, creando el modelo de bicicleta ‘Germania’ en 1892, que fue usado por el ejército y por el servicio postal alemán. En cuanto a las máquinas de escribir, la compañía inició su fabricación muy pronto y fue mejorándolas poco a poco. En 1897 patentó el modelo Ideal, del que se fueron sacando a la venta nuevas versiones a partir de 1900. Más tarde, Seidel & Naumann patentó el modelo Erika.
En 1883, Naumann compró un nuevo terreno y construyó una gran fábrica. Y en 1886, cuando ya contaba con una plantilla de mil personas empleadas y fabricaba 80.000 máquinas de coser al año, la empresa se transformó en una sociedad anónima y Bruno Naumann se convirtió en el accionista mayoritario.
En 1888 cofundó la Asociación Alemana de Fabricantes de Bicicletas, de la que fue presidente. Naumann murió en 1903 debido a un derrame cerebral, a la edad de 58 años, cuando su empresa ya empleaba a más de 2500 personas. Aunque en esos momentos se estaba considerando entrar en la industria del automóvil, la compañía, que pasó a manos de sus descendientes y que cambió de denominación en varias ocasiones, optó por seguir fabricando principalmente bicicletas, máquinas de coser y máquinas de escribir hasta su cierre en 1992.
Volviendo con la máquina de escribir modelo Ideal, hay que decir que la ‘Ideal-A3’ se lanzó en 1906, la ‘Ideal-B’ en 1915, y la ‘Ideal-C’, que mostramos en el Museo de la Ciudad, se comenzó a fabricar en 1919. Posteriormente se lanzó la ‘Ideal-D’, en 1945. En el desarrollo de la máquina de escribir, Seidel & Naumann también comercializó un modelo más moderno, portátil y menos pesado, el llamado ‘Erika’ en honor a la nieta de Bruno Naumann, y que tuvo mucho éxito y un amplio recorrido.
Otto Streitberger
En la mayoría de las máquinas de escribir de finales del siglo XIX y principios del XX, incluyendo la que mostramos en el museo, se reservaba la parte frontal izquierda para estampar la información relativa al distribuidor comercial de la marca. Como dijimos al principio de este texto, la Ideal-C de José Antonio Rodríguez Martínez se fabricó en 1919 y fue importada y comercializada en España por Otto Streitberger, cuya sede se encontraba en la calle Berlín n.º 19 de Barcelona.
Una búsqueda por la red para ampliar información sobre este distribuidor nos proporcionó algunos datos curiosos: Otto Streitberger era un alemán muy de su tiempo, culto y emprendedor. Primero se estableció en Jerez de la Frontera y allí abrió su primer negocio de importación y distribuición de productos como “máquinas de electroterapia, automóviles indestructibles, calefacciones con nombre de barco, Erebus y hasta máquinas de escribir”. Y más tarde se trasladó, y fijó su residencia y su negocio en Barcelona.
Así lo explica Jordi Corominas i Julián en un artículo para Catalunya Plural, donde también relata la excentricidad del próspero comercial que, supuestamente, con el fin de contentar a su mujer, Rosario Pequeño Conde, de origen andaluz pero nacida en Salamanca, construyó una residencia llamada Alhambra en la calle Berlín de Barcelona, de estilo neoárabe y en la que se recreó el famoso patio de los leones. Sin embargo, esa historia del origen del edificio Alhambra es catalogada como “una leyenda” en la web del propio edificio.
El “Doctor Streitberger”, que así se hacía llamar cuando anunciaba sus aparatos de electroterapia, tuvo al menos tres residencias: además del edificio Alhambra, construyó una segunda residencia en Caldes de Malavella, Villa Rosario, y en 1913 mandó construir una gran villa urbana en la localidad alemana de Pirna. Gracias a la hemeroteca digitalizada del Archivo Municipal de Murcia, podemos ver los anuncios que este ávido comercial publicó en los periódicos murcianos, y también los productos que importaba y distribuía, como la máquina de escribir de José Antonio Rodríguez.
Por ejemplo, entre 1884 y 1885, Streitberger se lanzó a una campaña publicitaria intensiva con anuncios todos los días en el periódico La Paz de Murcia para vender máquinas de coser Naumann, el fabricante de nuestra máquina de escribir. En 1906, el comercial alemán pagó anuncios en El Liberal para otra máquina de escribir, la de la marca ‘Adler’, que también distribuía. El texto publicitario no tiene desperdicio; lo reproducimos:
“Se garantiza el aprendizaje en una hora. Se garantiza que la nueva ADLER, por sus grandes inventos, permite escribir cinco veces más de prisa que con la pluma, obteniéndose el trabajo de más claridad, perfección y hermosura. Miles de casas importantes en España tienen ya en uso este sistema con lisonjeros resultados. La única máquina de tipos de acero que se pueden cambiar instantáneamente. Con la moderna ADLER se pueden engrandecer todos los negocios porque un hombre sólo puede hacer el trabajo de cinco. A la disposición del público tenemos millares de referencias que pueden facilitarse a quien las pida. Infórmese de estas casas que la usan y os convenceréis. Grandioso adelanto para circulares etc, pues por medio de ADLER se pueden sacar 5000 copias de un sólo original rápidamente. Se dan por nuestra máquina todas las garantías que se deseen, pues no existe nada que pueda superar a este incomparable adelanto. Pídanme catálogos mediante la remisión del franqueo a la Delegación General para España. OTTO STREITBERGER. Apartado de Correos 335 - Barcelona”.
Y en 1928, el nombre del alemán volvió a asomarse a la prensa de Murcia con un anuncio en el que buscaban representante local para sus bicicletas “OTTO”: “Buscamos en Murcia agente para concederle la representación exclusiva de las grandiosas bicicletas ‘OTTO’, vendibles a 3’50 pesetas mensuales. Máxima de solidez. Máxima de ligereza. Máxima de suavidad de roces. Máxima de elegancia. Ofertas Otto Streitberger”.
José Antonio Rodríguez Martínez (1868-1938)
De este arquitecto murciano no existen aún trabajos monográficos destacados, a pesar de su relevancia en la arquitectura murciana del primer tercio del siglo XX. Pero sí que viene citado en muchas publicaciones y hay varios datos biográficos que son muy conocidos, como que nació en una familia acomodada de Murcia, que su padre era diamantista y joyero y que fue bautizado en San Nicolás.
También es conocida su formación en el Instituto de Segunda Enseñanza, pero no lo es tanto su destreza en Latín, Castellano y Geografía, frente su menor brillantez en Aritmética y Álgebra, datos que aporta Rafael Fresneda Collado en el libro ‘La Convalecencia de Murcia. Referencias históricas’, publicado por Editum (Universidad de Murcia).
En opinión de Fresneda, sorprenden sus discretas calificaciones en esas materias teniendo en cuenta su inclinación por la arquitectura, cuyos estudios cursó en Madrid en los años 90 del siglo XX. Allí fue donde conoció a la que sería su mujer, Dolores Moreno Grau, con quien tuvo cuatro hijos.
De regreso a Murcia, llevó a cabo sus primeros trabajos en la reparación de conventos e iglesias de la Diócesis y adquirió su autodenominada condición de discípulo del hellinero Justo Millán, que por entonces ejercía como arquitecto titular del Obispado de Cartagena y con el que venía colaborando incluso antes del nombramiento de Rodriguez como su suplente en 1897.
Ese mismo año de 1897, Rodríguez fue nombrado también arquitecto suplente de la Diputación Provincial de Murcia, un puesto sin retribución económica al que renunció en 1901 para presentarse al concurso por la plaza de arquitecto municipal del Ayuntamiento de Murcia, plaza que obtuvo al año siguiente en competencia con otros tres colegas de profesión: Ramón Lucini Vallejo, de Madrid; Luis García Vigil, que trabajaba en Hacienda en Alicante; y Gregorio Pérez Arribas, nacido en Ávila y que trabajaba en el municipio salmantino de Peñaranda de Bracamonte.
Según nos cuenta el mismo Rafael Fresneda Collado, en el Archivo Municipal de Hellín se conserva la correspondencia entre Millán y Rodríguez, entre maestro y discípulo, que aporta información interesante sobre los proyectos que llevaba a cabo el arquitecto murciano y sobre su competencia con el otro gran arquitecto de Murcia en la época, con Pedro Cerdán, para lograr la plaza de titular diocesano cuando Millán la abandonase.
Rodríguez mantenía relaciones con algunas familias de la burguesía local, como los Peña, los Guirao y los Cerdá. En esa faceta, la de la vida social, hay que señalar que fue fundador y presidente de la Cofradía del Cristo del Perdón, y que en su procesión de Semana Santa solía portar estandarte. También tuvo buena sintonía con el obispo Miguel de los Santos Díaz y Gómara.
Entrando ya en su obra conservada en la ciudad de Murcia, José Antonio Rodríguez afrontó en sus primeros proyectos dos de los trabajos más destacados de su carrera: la Casa Díaz Cassou y la Convalecencia.
En 1906 recibió el encargo de un particular para su residencia privada: hablamos de la Casa Díaz Cassou, una de sus obras más importantes y celebradas dentro del más puro modernismo, propiedad del erudito, escritor y estudioso de Murcia, Pedro Díaz Cassou. Se trata de una construcción residencial compuesta de sótano, planta baja y dos alturas, que incorpora elementos del lenguaje modernista de influencia catalana, muy de moda en aquel momento.
En su fachada alterna el ladrillo visto y la piedra, con vanos de formas curvas y sinuosas ramatados con arcos lobulados, y donde se incorpora la madera, el vidrio y la rejería naturalista y decorativa propia del modernismo, al más puro estilo de Gaudí, incluyendo columnas de hierro a cada lado de las ventanas.
Aunque en su exterior se da preponderancia a la esquina del edificio mediante un mirador curvo acristalado y un balcón, el arquitecto no sitúa en ella la puerta principal de la vivienda, que se encuentra en el frente de la Calle de Santa Teresa. Una hilera de ménsulas sostiene los balcones de la primera planta, y en cada una de ellas se labra una letra del apellido “Díaz Cassou”. El interior mantiene la estética en la combinación de madera, vidrio y rejerías modernistas, e incorpora pinturas murales de temática naturalista en la escalera, obra de Pedro García del Bosque.
Pocos años después, en 1909, Rodríguez se hizo cargo del proyecto de una nueva sede para La Convalecencia, institución religiosa fundada en el siglo XVIII y que tenía el propósito “de que los enfermos del Hospital de San Juan de Dios, una vez curados, pudieran mantenerse unos días en un régimen reconstituyente que les permitiera recobrar fuerzas y salir restablecidos”, según explica Rafael Fresneda Collado.
El arquitecto dio pronto muestras de su versatilidad estilística, ya que tras poner en práctica el modernismo en la Casa Díaz Cassou, enseñó su dominio del lenguaje ecléctico e historicista en La Convalecencia, sede actual del rectorado de la Universidad de Murcia, con el uso estético del ladrillo y de la piedra, la simetría, los volúmenes jerarquizados, los amplios y numerosos ventanales, los tejados y el remate del cuerpo principal del edificio mediante una elegante linterna acristalada.
La Convalecencia se terminó de construir en 1914, mismo año en el que Rodríguez afrontó uno de los proyectos más controvertidos y excepcionales de su carrera, el del primer edificio de gran altura de la ciudad: la Casa de los Nueve Pisos. Tan extravagante y controvertida fue la Casa de los Nueve Pisos, que terminó de construirse tras la muerte del arquitecto, en 1941.
De este edificio, la web Región de Murcia Digital afirma que “pese a la novedad, el proyecto no fue bien entendido en la Murcia del momento y hasta se consideró una extravagancia”. “Rodríguez cambió su registro estético, utilizó de nuevo el ladrillo y los recercos pero abandonó los cánones clásicos y ofreció en balconadas y vanos una estética que puede compararse a la que aparecería varias decenas de años más tarde; sólo la azotea con balaustrada de piedra mantiene el aire de las viejas estructuras del XIX”, concluye.
Más contenido y clásico fue su diseño para el edificio de La Alegría de la Huerta (1920), con sus miradores acristalados en la esquina, y más modernistas fueron el de la Ferretería Guillamón (1924), con su cúpula esquinada, y el de la Sociedad de Cazadores (1927), que también remata con un cupulín en su esquina. En 1928, Rodríguez cesó en su plaza de arquitecto municipal.
José Antonio Rodríguez Martínez llevó a cabo otras muchas obras particulares en Murcia (chalets en el Valle, panteones en el cementerio de Nuestro Padre Jesús), y trabajó en otros municipios, por ejemplo diseñando la Plaza de Abastos de Alcantarilla y el Teatro Cervantes de Abarán. Una de sus últimas obras fue la Casa Cerdá (1934), en la Plaza de Santo Domingo: sus amplias fachadas de ladrillo están moduladas mediante elementos sustentantes de piedra blanca, con cornisas, arquitos y grandes columnas adosadas con capiteles jónicos reinterpretados por el arquitecto.
En la Casa Cerdá, Rodríguez lleva un paso más allá el uso preeminente de la esquina con remate en cúpula, creando una suerte de templete circular con guirnaldas y con esbeltas columnas pareadas, a modo de gran mirador o balconada que eleva el edificio hacia el cielo murciano.
Como conclusión, podemos citar a Mónica López Sánchez y María Rosa Gil Almela, autoras de un artículo sobre la Plaza de Abastos de Alcantarilla que también debemos a Rodríquez Martínez: “En su obra utiliza rasgos estilísticos que no pueden ajustarse a una única corriente arquitectónica, puesto que es capaz de recurrir a todos los lenguajes imperantes en la época, desde los modernistas o novecentistas, a los historicistas, los de tradición francesa Beaux-Arts, los eclécticos e, incluso, tocar parámetros racionalistas”.
José Antonio Rodríguez Martínez falleció el 18 de diciembre de 1938, a la edad de 70 años, aquejado de una neumonía.
Fuentes
Bruno Naumann. Biografía Alemana.
Bruno Naumann, un retrato. Sociedad Internacional de Coleccionistas de Máquinas de Coser.
Historia de las máquinas de coser Naumann. Atisempogrouponline.
La máquina de escribir: un invento que nació por amor. Carme Escales. El Periódico.
Máquina de escribir Naumann tipo D. Antiguedades.es
Teclado QWERTY. Wikipedia.
Los alemanes del Matadero. Jordi Corominas i Julián. Catalunya Plural.
Dr Otto Streitberger. Web del edificio Alhambra de Barcelona.
Anuncio máquina de coser de Naumann. La Paz de Murcia, 1884.
Anuncio máquina de escribir marca Adler. El Liberal de Murcia, 1906.
Anuncio representante de las bicicletas Otto Steitberger. El Liberal de Murcia, 1928.
Biografía y obras de José Antonio Rodríguez. Blog epdlp.com
Biografía y obras de José Antonio Rodríguez Martínez. Web de Región de Murcia Digital.
‘La plaza de abastos de San Pedro en Alcantarilla, obra del arquitecto José Antonio Rodríguez’. Mónica López Sánchez y María Rosa Gil Almela. Imafronte nº 16 -2004. Págs. 167-175
‘La Ferretería Guillamón (Murcia)’. Ricardo Montes Bernárdez. Náyades, 2020-6 págs 15-18.
José Antonio Rodríguez Martínez - Arquitecto (1868-1938) en Wikipedia.