‘Desnudos femeninos’
José Moreno Cascales (h. 1975)
Escayola con pátina
88 x 42 x 30 cm
Esta obra pertenece a la colección artística municipal, a la que llegó en los años 70 del siglo XX por haber concurrido con ella su autor, el escultor José Moreno Cascales, a una de las ediciones del Premio Ciudad de Murcia organizado por el ayuntamiento. Actualmente se muestra en la segunda planta del museo, junto a otros ejemplos escultóricos del siglo XX murciano.
Consta de una base de superficie rugosa en cuyo lateral derecho aparece la inscripción “J. Moreno”, y sobre la cual se muestran dos figuras femeninas de carácter infantil: una sentada, con las piernas extendidas y el tronco erguido, y la otra de pie con la pierna izquierda ligeramente adelantada y acariciando con dulzura la cabeza de la anterior, a quien mira desde arriba.
Se trata de una escultura figurativa y naturalista con una composición piramidal, equilibrada, serena y amable, de perfiles suaves y redondeados, en la línea de muchas de las obras de su autor. Está hecha en escayola con una pátina que le da apariencia de bronce.
Moreno Cascales, escultor
De José Moreno Cascales (Murcia, 1910-1982) nos habla Loreto López Martínez, historiadora del arte y académica correspondiente de la Real Academia Alfonso X el Sabio, en un artículo publicado en el diario La Opinión en 2021:
“Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia, donde ejerció en la década de los 70 como profesor de modelado, Moreno Cascales alternó sus dos actividades [floricultura y escultura] con natural sencillez”.
En las obras de Moreno Cascales se deja sentir la influencia de su maestro José Planes. Sus temas recurrentes siempre fueron dos: la figura femenina y la infancia; especialmente la infancia, “inspirado en sus propias hijas, que sin duda sirvieron de modelos para estas ingenuas y deliciosas creaciones, generalmente en barro o escayola patinada”. Sería el caso de la obra que mostramos en el Museo de la Ciudad.
Moreno Cascales recibió numerosos reconocimientos a nivel local a lo largo de su carrera, ya desde su juventud, alcanzando el cénit con el Premio Salzillo que obtuvo en 1964 por la obra ‘Conjunto’. En opinión de Loreto López Martínez, dichos premios y medallas ponen de relieve “sus grandes cualidades artísticas”, aunque según la experta, este artista cayese posteriormente “en un injusto olvido”.
En ‘Contraparada 5. Arte en Murcia’, publicación que recoge los nombres y algunas obras de los artistas incluidos en la muestra ‘Murcia en 3 dimensiones’, organizada por el Ayuntamiento de Murcia en 1984, encontramos un breve currículo de José Moreno Cascales:
“Estudia en la Escuela de Artes y Oficios con José Planes y Clemente Cantos. Alterna la floricultura con sus clases de modelado en la citada escuela. Colabora con González Moreno en la Escuela de Artes y Oficios de Murcia”.
En la misma publicación vemos también una relación de los premios de José Moreno Cascales, sin contar el Salzillo de 1964 y algunos otros que se omiten. Destacamos como curiosidad el primer premio de figuritas para el Entierro de la Sardina, organizado por la Asociación de la Prensa en 1935, y la Segunda Medalla de la Nacional de Bellas Artes de 1964.
En ‘Murcia en 3 dimensiones’, junto al texto, vemos una imagen de la obra ‘Niña con paloma’, de 1962 (en la prensa del momento la encontramos con el título de ‘Nena con paloma’): se trata de la escultura con la que el artista se presentó al Premio Salzillo de aquel año, organizado por la Diputación. Por otro lado, en el Archivo General de la Región de Murcia se conserva el acuerdo de 1963 para la compra de dicha obra por parte de la Diputación, junto a otras dos: ‘Mujeres en la arena’, de Bernabé Gil Riquelme, y ‘Hombre’, de Elisa Séiquer Gutiérrez:
“Se compran, a solicitud de la Comisión de Educación, Deportes y Turismo, con destino a la colección de obras artísticas de la Diputación y para ornato del Palacio Provincial, cada una al precio de 5.000 pesetas”.
‘Conjunto’, la escultura con la que Moreno Cascales ganó el Premio Salzillo de escultura de la Diputación Provincial en 1964, le reportó 50.000 pesetas al artista, siendo la modalidad más cuantiosa de las cuatro que se sometían a juicio: investigación (25.000 pesetas), literatura (25.000 pesetas), periodismo (10.000 pesetas) y escultura.
De Moreno Cascales también tenemos un perfil algo más extenso, con referencias estilísticas y artísticas, en ‘Historia de la Región Murciana’, tomo X: en la parte dedicada a la escultura del periodo entre 1930 y 1980, la autora del texto, la profesora Cristina Gutiérrez-Cortines Corral, resalta la influencia que la figura de José Planes, el gran maestro, ejerció sobre José Moreno Cascales, quien, no obstante, ya había labrado bien su formación artística desde muy niño y en su propio entorno familiar.
Los primeros contactos con el arte se produjeron en el negocio de la familia, donde se fabricaban juguetes y donde también se realizaban carrozas para la Batalla de las Flores. Junto a José trabajaba su primo Eloy Moreno, luego reputado pintor. Sobre todo esto hablaremos más adelante.
José Moreno Cascales aprendió dibujo en la Sociedad Económica de Amigos del País, y posteriormente, en un hecho que marcará su actividad, atendió a las enseñanzas de modelado de José Planes en la Escuela de Artes y Oficios, sin olvidar lo aprendido de Clemente Cantos. Otro lugar en el que recibió influencias artísticas y se ampliaron sus horizontes intelectuales fue el Círculo de Bellas Artes de Murcia, donde conoció al pintor Joaquín.
Ya en su actividad de escultor y en la búsqueda de su propio camino, Gutiérrez-Cortines explica que Moreno Cascales se dedicó, fundamentalmente, “a trabajar en arcilla, cemento o piedra retratos o figuras de tamaño medio, con especial predilección por las imágenes femeninas, maternidades y niños”.
“Su aproximación a ellas es siempre amable, con un cierto distanciamiento; en los rostros apenas perfila los rasgos principales, infundiéndoles una expresión ausente y alejada. Construye las figuras como un bloque cerrado, los brazos adosados al cuerpo y las telas pegadas”, prosigue la profesora Gutiérrez-Cortines.
“Sin embargo”, añade, “Moreno Cascales no alcanza el nivel de abstracción conseguido por su maestro: en su obra existe una simplificación naïf, casi ritual, que consiste en modelar la materia en formas redondas y cilíndricas, con las superficies continuas y algunas veladuras o grafismos que le infunden vitalidad”.
La profesora afirma que “el equilibrio y la gracia son comunes en su repertorio, aunque a veces peligre la proporción y la imagen llegue a tener una ingenuidad demasiado primaria”.
Otra aproximación a José Moreno Cascales y su obra que traemos aquí, aunque más breve, es la que lleva a cabo Enrique Mena García, de la UCAM, en un texto titulado ‘Un acercamiento escultórico a la Murcia del siglo XX’, publicado en el número 40 de la revista Cangilón (2023).
Mena García incluye a Moreno Cascales entre los autores de la ‘Nueva Figuración Murciana’, junto a personalidades como el propio José Planes, Juan González Moreno, Antonio Campillo, Francisco Toledo, José Molera, José Carrilero, José Hernández Cano y Elisa Séiquer.
“Discípulo de Planes y de Cantos es José Moreno Cascales (Murcia, 1910-1982), conocido como Manú (nacido en el huerto Manú), que colaboró con González Moreno en la Escuela de Artes y Oficios, uniéndose a esta relación de artistas que dignificaron la escultura local, manteniendo una línea que, si bien deriva y se inspira en Planes, tiene muchos puntos en común con la de González Moreno”, explica Mena García.
La escultura murciana del siglo XX
En el tomo X de ‘Historia de la Región Murciana’, ya referido, la profesora Cristina Gutiérrez-Cortines Corral nos dibuja el contexto del panorama escultórico murciano del siglo XX donde debemos entender y situar el arte de Moreno Cascales:
“Entre los diversos géneros artísticos, la escultura es la única vertiente que ha mantenido unos vínculos estrechos con las tradiciones estéticas locales. Es la rama del arte que ha mostrado mayor adhesión a los prototipos antiguos y a los patrones del pasado. Tal vez sea también el género más aceptado por el pueblo y que mejor ha sabido interiorizar las exigencias representativas e iconográficas de la comunidad”.
“Aunque sería muy arriesgado hablar de la existencia de una escuela, dentro del amplio campo de la escultura murciana que discurre entre 1930 y 1980 se podrían apuntar algunas relaciones comunes que en cierta medida configuran una forma similar de aproximarse a la representación plástica y la afinidad hacia unos mismos ideales estéticos”, explica la investigadora.
Gutiérrez-Cortines prosigue afirmando que “se percibe ante todo una prolongación voluntaria de lo figurativo y concreto, con un rechazo consciente de los planteamientos abstractos, de las corrientes conceptuales y de cualquier tendencia partidaria del alejamiento de la naturaleza y objetivación del arte. En consecuencia, el espacio, el tiempo y el movimiento no son considerados como tema o cuestión esencial de la obra”.
En la escultura murciana del siglo XX nos encontramos “una transferencia de representaciones y motivos iconográficos que van heredándose hasta constituir un repertorio con caracteres propios sumamente familiares”, afirma Gutiérrez-Cortines, identificando esos motivos en las figuras femeninas, el desnudo, la maternidad, los niños y los tipos pintorescos.
En opinión de la investigadora, “la tradición belenística, sumamente pujante hasta momentos recientes, ha contribuido considerablemente a perpetuar determinados caracteres, y sobre todo ha influido en mantener la sensibilidad por lo pequeño”.
“Aunque encontramos excepciones singulares, a los escultores murcianos les suelen gustar las figuras de escala reducida, los personajes menudos realizados con una perfección ajustada y un cálculo preciso de las proporciones. Si bien, a veces, les ha llevado a un alarde de habilidad y virtuosismo que en determinados casos ha supuesto una servidumbre de lo real, a la necesidad de recoger lo concreto”, relata Gutiérrez-Cortines.
En su descripción de la escultura murciana del siglo XX desde el punto de vista formal, la investigadora identifica “una preferencia por la composición equilibrada, con los personajes dispuestos en forma de pirámide, figuras bien aplomadas, con los pies firmemente asentados en el suelo (…). Es claro el gusto por la silueta compacta y cerrada, con los brazos pegados al cuerpo o ligeramente separados, y los perfiles continuos y bien definidos”. Vemos claramente los rasgos de Moreno Cascales en esta descripción.
Entonces, ¿podemos decir que la escultura murciana del siglo XX volvió la espalda a las tendencias internacionales del momento? En opinión de Gutiérrez-Cortines, “sería inexacto e injusto” afirmarlo, especialmente “para quienes han explorado nuevos caminos y han realizado el esfuerzo de establecer una ruptura con la inercia y el mimetismo del ambiente”.
“Hubo intentos válidos por conocer y seguir algunas de las vías propuestas por las vanguardias, y, de hecho, artistas como José Planes, Francisco Toledo, José Carrilero, Luis Toledo o Elisa Séiquer conformaron su personalidad integrándose en actitudes muy diferentes a las heredadas”, explica, aunque a renglón seguido añade un matiz no pequeño:
“En líneas generales se observa una gran timidez en las búsquedas y un retraso cronológico notable en la importación de las ideas y propuestas vanguardistas. En el mismo orden de cosas, cuando se ha tratado de abrir nuevos caminos, lo frecuente ha sido inspirarse en los patrones estéticos de los maestros europeos más conservadores”.
Sobre las causas de esa resistencia a la vanguardia que ha condicionado la evolución de la escultura en Murcia, Gutiérrez-Cortines argumenta que son “muchas y variadas”:
“Algunas se salen del marco de este trabajo o son imposibles de conocer sin una investigación singular que entra en gran medida en el campo de las ciencias sociales, pero, entre otras, es preciso resaltar por su importancia la resistencia a la novedad, la profundización en la línea figurativa y la permanencia de prototipos antiguos, que en gran parte se debe a las condiciones del mercado del arte, al sistema de aprendizaje y de enseñanza, al mantenimiento de la organización del trabajo y de las técnicas empleadas tradicionalmente”.
“Al mismo tiempo”, añade, “han contribuido a la fijación de los patrones estéticos la mentalidad conservadora de quienes encargaban las obras, instituciones y particulares, siempre afines a un arte figurativo y naturalista”. “Por último, es preciso tener siempre presente el aislamiento producido como consecuencia de la guerra civil, y las tendencias y el ambiente nostálgico hacia tiempos históricos del pasado, factores todos que frenaron considerablemente el proceso evolutivo de la escultura”.
La investigadora reconoce que antes del conflicto bélico, la escultura murciana había iniciado caminos distintos, apuntando unas tendencias que se vieron luego frustradas por la guerra y por la incontestable preponderancia de los encargos religiosos de la posguerra.
Pepe Manú, florista
Para tratar la otra gran faceta de José Moreno Cascales, tomamos como punto de partida la cuestión que ya hemos tocado de pasada en párrafos anteriores: este joven trabajador en el oficio del juguete y las carrozas, y más tarde escultor, fue conocido como Pepe Manú por sus coetáneos en alusión a las tierras que arrendó su abuelo:
Nos estamos refiriendo al célebre Huerto Manú y a la floricultura, pero también al círculo artístico que se dio cita en aquel lugar: en un artículo que firmó María Adela Díaz Párraga y que fue publicado el 8 de junio de 1980 en el diario Línea (dos años antes de la muerte de Pepe Manú), se habla del origen y de la merecida fama de aquella porción de huerta que, a tenor de las descripciones, debía ser un edén, auténtica representación contemporánea del bustán citado por los árabes, pegado a la ciudad y al barrio de San Antón.
Antonio Moreno Ataz, “fundador de la dinastía de los Manú”, llegó a aquellas tierras en 1878: lo hizo en la forma de arrendamiento porque la parcela tenía una dueña, Concha Marín. Y a partir de 1923 tuvo otro dueño que al Museo de la Ciudad le suena bien: Juan López Ferrer.
Según relata Díaz Párraga, Antonio Moreno Ataz ya traía buena experiencia en el cuidado de huertos, pues su nombre se había ligado anteriormente al Huerto de las Bombas y al Huerto Cadenas (luego Huerto López-Ferrer, situado detrás del Museo de la Ciudad).
“Como por aquellas fechas el hombre se casó, quiso establecerse por su cuenta y tomó en arriendo el rodal de tierra que con los años sería el Huerto Manú. Y formó su hogar en la barraca que se alzaba en medio de los bancales que él cubrió de hortalizas. Y daba gloria verlas crecer, que era buena la tierra y generosa el agua de la acequia del Roncador que cruzaba los bancales”, cuenta la autora del artículo.
A renglón seguido, María Adela Díaz Párraga explica el origen de ese amor por la floricultura que más tarde daría lugar a un floreciente negocio, nunca mejor dicho:
“Puede que él no lo supiera, pero Antonio era un artista, y en aquellos pocos ratos que el trabajo le dejaba libres, iba recogiendo las flores que crecían salvajes en su huerta, y una de este color, y otra de aquel, y ahora una ramica, y su poquito de verde... y sus manos iban formando primorosos ramos que él mismo miraba con ojo crítico, y cuando el resultado no era lo que él se habla imaginado, las flores iban a perfumar las aguas del Roncador”.
De ese ambiente, y en ese escenario, surge la idea de cultivar flores y vender ramos (“un millar de ramilletes por unas sesenta pesetas”). Y luego, más: “De las tapias de su huerto salieron las primeras carrozas de la Batalla de las Flores”. María Adela Díaz Párraga prosigue:
“Allí, entre aromas gloriosos y arrullados por el murmullo de la acequia, fueron naciendo generaciones de Manú. Precisamente fue el hijo quien le dio ese nombre al huerto. José Moreno Mondejar se llamaba, y era uno de esos hombres que lo sabían todo sin darle importancia a su sabiduría. Sus vecinos no daban un paso sin consultarle, seguros de que Pepe Moreno lo mismo les contestaba de esto que de aquello. Y como por la huerta quedan todavía resabios de tiempos moriscos y su miajilla de guasa, a Pepe lo rebautizaron con el apodo de Manú, que por lo visto era un dios de la mitología hindú sabihondo como él solo, y que le daba la vuelta a todas las divinidades de la India milenaria juntas. Por Manú conocieron a Pepe, y por Manú se ha conocido el huerto durante más de un siglo”.
Pepe Manú siguió y engrandeció el negocio de su padre, y sus hijos Antonio y Pepe, el escultor, hicieron lo mismo, “cultivando flores inimitables, que con su fragancia llevaron el soplo perfumado de la huerta murciana a toda España”. A ellos se sumó su primo, Eloy Moreno, el pintor, todos haciendo arte con las flores y diseñando carrozas, tarea a la que se apuntaron en ocasiones otros artistas: “Pintores que amaron a Murcia dejaron su firma en aquellos bocetos que hoy son historia: Sánchez Picazo, Garay, Joaquin, Gómez Cano... Ellos diseñaban y los Manú le daban vida, efímera, pero gloriosa".
La fama de las flores del Huerto Manú se mantuvo por todo lo alto durante el siglo XX: “En los tiempos en que los crisantemos más que tributo a los difuntos eran un producto exótico y caro, se celebró en la ciudad una exposición en la que el huerto Manú se llevó el primer premio”. La autora del artículo también recoge la importancia que tuvo el Huerto Manú en el ambiente cultural de Murcia, concitando tertulias de artistas y escritores más allá de la labor de diseño de carrozas de la que ya hemos hablado:
“Una piensa que si los árboles pudieran hablar, que si las paredes de la vieja casa pudieran contar todo lo que han visto, la de cosas que en su entorno han sucedido, habría para llenar montones de páginas, porque en el huerto..., bueno, en lo que era el huerto, todavía parecen resonar las voces de Jara Carrillo, de Serna, de Leopoldo Ayuso, de Alejandro Séiquer, que hablaban y hablaban... sin perder bocado. Porque en la casa de los Manú, cuando llegaba su tiempo, había siempre preparadas unas fabulosas fuentes de fresas con naranja para los amigos que por allí arribaran. ¡La de proyectos que allí se habrán soñado! ¡La de poemas que se habrán escrito entre sus flores!”.
Díaz Párraga concluye su artículo así, con la que en 1980 era la generación siguiente a José Moreno Cascales: “Antonio, Pepe y Rafael Moreno Martínez son la última generación del Huerto Manú. Y esto de la última no lo dice una en sentido figurado, no, señores, que cuando hace unos años se proyectó aquel célebre ensanche, la familia tuvo que dejar las tierras que durante más de cien años habían sido su hogar (…). Ellos, que no tenían más límite que el cielo y las flores...”.
Durante décadas, los anuncios de las flores del Huerto Manú, con sus decoraciones por encargo, ramos, coronas y todo tipo de trabajos con flores, se asomaron cada día a la prensa murciana. Sus flores decoraron fiestas, galas, desfiles, ferias... Y si en el artículo que acabamos de citar, fechado en 1980, ya se habla del huerto en tiempo pasado (aunque reciente) y con nostalgia, años antes de que desapareciera el cultivo y la actividad, ya se anticipaba su final.
Para muestra, un breve texto publicado en 1965 en el diario Línea, bajo el título de ‘El Huerto Manú’: “Uno de los pocos que nos van quedando, con cierto carácter, y en el que hemos irrumpido en plena jornada laboral. Sí, señor: no solamente se trabaja en época de carrozas, sino que en todo tiempo se confeccionan canastillas, cestos, centros de mesa, bastidores y guirnaldas florales para las continuas peticiones que surgen de la variada geografía murciana. El Huerto Manú conserva todavía rincones escondidos al final de las sendas liadas de geráneos, que pasarán al olvido en cuanto una inmobiliaria se haga con los terrenos, que es lo que sucede siempre”.
El texto concluye de este modo: “En su entrada, como testimonio de un pasado esplendoroso, todavía pueden verse, junto a una verja murciana, alegorías escultóricas representando a la primavera, que encuentra aquí su más esplendorosa definición vegetal”. No es descabellado pensar que dichas esculturas hubieran salido de la mano de José Moreno Cascales.
Comprobamos en la hemeroteca digitalizada del Archivo Municipal de Murcia que, durante los años 70, comienzan a proliferar las noticias de incendios de matorrales en el huerto y su entorno, lo que nos habla de su estado de abandono a la espera de que las máquinas lo arrasasen para la construcción de nuevos edificios: para que nos situemos, estamos hablando de la actual avenida Isaac Albéniz y de su lado norte, donde se alzan varios edificios y la parroquia de San Francisco Javier, y donde existe una calle con el nombre de Huerto Manú. En esos años 70, antes de que los propietarios vendieran los terrenos, los Manú abrieron una floristería en el centro de la ciudad y se trasladaron.
Para terminar este extenso texto sobre Moreno Cascales, su obra y su célebre Huerto Manú, reproducimos un artículo de diciembre de 1970 titulado “La estrella sobre la palmera”: transmite mucho sobre el amor de este artista por la naturaleza y por Murcia, sobre su personalidad y sobre la visión que tanto él como el amigo que firma el artículo, nada menos que Baldo, tenían de la Navidad y de aquellos tiempos del desarrollismo urbano que les tocó vivir, un desarrollismo que finalmente se llevó por delante el propio Huerto Manú. Dice así:
Si hay alguien en Murcia que pudiera ganarme en amor a las palmeras, ese alguien no puede ser otro que Pepe Moreno Manú, el gran señor de las flores y sublime arquitecto de vegetales empresas. A él le he oído hablar tanto de la vertical elegancia de la palmera como elemento que imprime carácter a nuestro paisaje murciano, que oyéndole aprendí a amar tan bellos representantes del mundo vegetal.
No sé si a Pepe Moreno le alegró el insólito indulto de ese inexorable tribunal del crecimiento urbanístico de la ciudad al que debe su vida la única palmera de nuestra Gran Vía José Antonio, a la altura de la desmantelada plaza de Santa Isabel. A mí, personalmente, me alegró sobremanera la sobrevivencia del esbelto árbol, prisionero en el asfalto, al borde mismo del torrente automovilístico de esta vital arteria ciudadana.
Plantada casual o intencionadamente en uno de aquellos recónditos huertos interiores, hoy desaparecidos casi en su totalidad, y que caracterizaban una Murcia caída a golpes de piqueta municipal y a impulso de justificados egoísmos promovidos por la necesidad de nuevos espacios, nuestra amiga la palmera de la Gran Vía dejó de ser palmera de clausura en la fresquita umbría del huerto recoleto para ser inmóvil paseante en calles, quietísimo viandante, parado transeúnte de una de las aceras más concurridas de la nueva urbe.
Hasta ahora, pues, sólo como adorno —como insospechadamente bello adorno en el imponente desfiladero de cemento y cristal en que ha parado la casi gran avenida murciana—, se justificaba la existencia del airoso vegetal que nos ocupa. Ahora, cuando con la Navidad encima nos embarga la grata calentura de la ornamentación urbana para las fiestas, la palmera superviviente, la palmera Robinson vegetal, parece ser que va a tener trabajo por unos días.
Alguien, con muy buen criterio, apuntó la idea de colocar sobre su altivo penacho la estrella navideña que señale el "nacimiento" del belén municipal instalado este año —también con excelente criterio— en la despersonalizada plaza de Santa Isabel. Allí, si los encargados de llevar a la práctica tan bonita idea no se vuelven atrás, lucirá la estrella de la Navidad murciana. Y convendrán conmigo en que difícilmente podrá hallarse más adecuada ubicación.
Por lo menos a Pepe Manú y a un servidor —me atrevo a hablar en nombre de los dos— nos van a dar una alegría, una de esas pequeñas alegrías que nos compense estas pequeñas amarguras que inevitablemente —¿tan inevitablemente?— vienen de la mano del no menos inevitable progreso de esta Murcia que ambos, como otros muchos, llevamos clavada en el corazón como un cuchillo, quizá, como una flor.
[La palmera a la que se alude en el texto ya no existe].
Fuentes
‘Volúmenes’, artículo de Loreto López. Diario La Opinión (2021).
Ficha de una fotografía de la obra ‘Desnudo’, de José Moreno Cascales, en Archivo General de la Región de Murcia.
‘El Huerto Manú, esencia de generaciones’, artículo de María Adela Díaz Párraga. Diario Línea (1980).
‘Colecciones del Museo. Escultura y Etnografía’. Museo de la Ciudad de Murcia (2014).
‘Expediente de concurso de premios’, Archivo General de la Región de Murcia (1964).
‘Murcia en 3 dimensiones’, Contraparada 5. Arte en Murcia. Ayuntamiento de Murcia (1984).
Historia de la Región Murciana. Tomo X. Escultura. Ediciones Mediterráneo (1980).
‘Un acercamiento escultórico a la Murcia del siglo XX’, de Enrique Mena García. Nº 40 de la revista Cangilón (2023).
‘Acuerdo de adquisición de las esculturas…’, Archivo General de la Región de Murcia (1963).
‘El Huerto Manú’, diario Línea (1965).
‘La estrella sobre la palmera’, de Baldo. Diario Línea (1970).
‘La vuelta de Eloy Moreno’, de Dora M. Alfaro. Hoja del Lunes (1988).
Esquela de José Moreno Cascales. Diario Línea (1982).